En estos días en que todos los medios de comunicación han dado importante información sobre la cumbre de cambio climático, nos sentimos realmente satisfechos de que este gran desafío que vive la Humanidad ocupe, aunque sea por unos días el espacio y el tiempo que requiere. El reto ambiental es hoy por hoy, en su sentido amplio (que incluye inseparablemente la dimensión social que afecta a millones de personas) el verdadero problema de la Humanidad. Lo excepcional debiera ser la ausencia diaria de información.

La cumbre ya vivió cierto desánimo cuando se anunció que las grandes potencias (económicas y contaminantes) no enviaban a los grandes espadas. Al final salió un documento que más bien no ha dejado contento a nadie. Parece que eso ha rebajado la importancia de la cumbre.

Hay que desengañarse. No podemos esperar que la solución al reto ambiental la hagan los banqueros, los políticos y los poderes tecnológicos. Decía con mucho acierto un asesor de la ONU que «la maximización del beneficio es la estrategia asesina de las multinacionales» (Jean Ziegler), es decir la que posibilita que cada pocos segundos siga muriendo un niño de hambre. Francisco, Papa, denuncia en la Laudato si’ al poder económico y financiero como los grandes dominadores del mundo, al que sirven tanto el poder político como tecnológico. Eso hace que apenas el 1% de la población mundial ostente un porcentaje muy alto de la riqueza (30-40%) y cada año esa cantidad siga creciendo.

Nosotros, los 1800 millones de personas que vivimos bien, somos lo que en algunos ámbitos llaman la Clase Consumidora Global (CCG), es decir las personas que consumimos para que las élites dominantes puedan seguir manteniendo su grosero poder económico. Y consumimos a base de la explotación de los recursos y las personas del resto del mundo: sus minerales, su fuerza de trabajo, su salud, su familia, su vida. Y parece que eso no nos preocupa.

Consumir es un acto moral, afirma Francisco en la encíclica ya citada; es decir en la capacidad de decisión de los consumidores (de esta CCG), reside verdaderamente el poder del cambio. Una multinacional nunca va a adoptar medidas de producción más justas, más ambientales si eso le recorta su cuenta de resultados, a no ser que el consumidor deje de comprar sus productos. Es realmente impúdico ver a los grandes banqueros en la cumbre de la COP y a las grandes empresas petroleras y eléctricas que son los mayores contaminantes del planeta. Por ahí no va a venir el cambio, solo están tomando posiciones; por eso no es tan importante que no vengan los top de China, Rusia y EE.UU. Lo verdaderamente importante es que la clase consumidora global tomemos conciencia de que nuestro modo de consumir destroza el mundo en sus recursos y condena a miles de millones de personas. Cuando nuestra conversión a otra cosmovisión más fraternal, respetuosa con el medio ambiente y con las personas tenga lugar empezaremos a mover nosotros el hilo de la historia y podremos empezar a desprendernos de los hilos de la marioneta que somos actualmente. Ahí reside la importancia de esta cumbre. El niño de Belén anuncia con toda la fuerza que el cambio sólo viene desde abajo, desde el no poder, desde la humildad, desde la ternura; si hay alguien que ha cambiado radicalmente este mundo y su esperanza es un niño en un pesebre.

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