Ocupa todas las portadas. Da la vuelta al mundo. Es trending topic. Se retuitea. En las tertulias esta mañana han hablado de ella. Hay alaridos de indignación. Se buscan responsables –o culpables–. Nos rasgamos las vestiduras. También hay debates sobre la ética y la conveniencia de utilizar o no la imagen. Como es un niño, se pixelan los rasgos, en un extraño pudor ante lo terrible. Hay quien defiende que una imagen vale más que mil palabras. O que un millón. Se la compara con otras instantáneas que han pasado a la posteridad.
La foto puede ser necesaria. Pero también corre el peligro de convertirse en una trampa. Porque, tristemente, el drama no es tan solo ese niño. Ese cuerpo. Esa vida vencida. Esa camiseta roja. Esos zapatos tan expresivos. Esos tres años prematuramente truncados. El drama son también tantos otros niños de los que no hay foto. Y adultos. Y la guerra lejana. Y los corredores migratorios. Y la exasperante lentitud de las negociaciones. Y la impotencia pasiva en que estamos instalados. El drama es que el fantasma del olvido está acechando. También ahora. Hoy aún emboscado. Mañana, empezará a actuar.
Con esa imagen en la retina de medio mundo, uno diría que, antes de hablar demasiado, hay que dejar que el silencio llegue a doler. Y después, en lugar de olvidar y pasar página hasta la siguiente foto trending topic, convertir el silencio en implicación. Real.
Ayer alguien me preguntaba: “¿Dónde está Dios ahí?” Lo he estado pensando. Creo que está crucificado en esas aguas. Está, donde los haya, en los brazos tendidos de quien quisiera rescatar las vidas amenazadas. Está en la inquietud de quien mira y sabe que esto no puede ser. Y está expulsado del corazón de quien trafica con vidas y sueños.