Las portadas de la prensa mundial, lo muestran sonriente, enfundado en la chaqueta verde, en la cúspide de su carrera deportiva, a la par de sus ídolos, Severiano Ballesteros y Olazábal. Sergio García, ganador del Masters de Augusta, fue la joven promesa del golf español. Pero pronto sus derrotas fueron más que sus victorias, y fue perdiendo presencia.
¿Por qué el triunfo ahora? ¿Qué ha cambiado?
En sus mismas palabras encontramos la clave. En su momento profesional más bajo, derrotado tras el mismo Masters que ahora ha ganado en 2012, dijo ante la prensa: “Hoy me he dado cuenta de la realidad. No soy lo suficientemente bueno como para ganar un grande. Lo he intentado, pero no sale.” Asumió su propia limitación. Hubo un momento en el que supo mirarse honestamente y reconocer que no era tan bueno como pensaba, como la gente a su alrededor había dicho. No era ya el niño prodigio del golf español. Tocaba madurar, y lo estaba haciendo a marchas forzadas. Decidió tomar las riendas de ese proceso dando un paso que no había realizado hasta entonces. Ya no podía seguir culpando de sus derrotas a la meteorología, las condiciones del campo… Así alcanzó su grandeza. La grandeza del que fracasa y reconoce su parte de culpa, pero no se paraliza en esa culpabilidad o la autocompasión, si no que decide emprender el complejo camino de la reconciliación hacia un modo nuevo de ser y de hacer.
Reconocerse limitado, y, sin embargo, llamado a continuar camino, a no quedarse en ese límite si no avanzar. Ése ha sido el verdadero éxito de Sergio García en Augusta. ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? Siendo derrotado, decenas de veces. Hoy celebramos que es un ganador. Y lo hacemos gracias a que un día decidió asumir que también es un perdedor.