No sé si sor Cristina, bueno exsor Cristina, conoce a Sabina. Pero la ganadora de La Voz de Italia, que ha vuelto a ser noticia por dejar su congregación, ahora que vive en España, quizás debería escuchar La del pirata cojo. De la noticia donde se nos anuncia su nueva vida no me ha sorprendido especialmente que ya no sea religiosa. No es ninguna noticia, creo, que la vida religiosa pierde números al mismo ritmo que la práctica religiosa, lógicamente. Lo que sí me llama la atención es que afirme que «sor Cristina sigue dentro de mí», como si esa vida que ahora deja atrás no quisiera dejarla en el pasado del todo. Cuando lo cierto es que, y esto seguro de que ya te lo han dicho alguna vez, toda elección conlleva una infinitud de renuncias. Las de todas las vidas que no serán, como canta Sabina.

También me ha llevado la atención que el motor de su salida de la vida religiosa haya sido precisamente su fama. Afirma ella que «esta exposición mediática, con el tiempo, fue el motor de muchos interrogantes». Vivimos un tiempo en el que, empujados a recuperar el espacio público, los cristianos nos vemos casi obligados a estar permanentemente publicando en redes, saliendo en los medios, grabando vídeos de YouTube y haciendo bailes de TikTok. Todo por evangelizar, claro. Quizás la historia de Cristina nos ayude a entender el precio que tiene la exposición mediática. No nos sale gratis que conozcan los entresijos de nuestra vida, el vernos permanentemente cuestionados por gente anónima y puestos bajo el juicio de la opinión pública ante el más nimio comentario.

¿Debemos retirarnos a la seguridad del anonimato? Eso sería imposible de compaginar con una de nuestras primeras tareas, llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. Pero tampoco podemos ser ingenuos y pensar que los medios modernos con los que contamos son como los antiguos y podemos manejarnos igual. Nuevos medios, nuevos modos. Y cuidado, mucho cuidado con buscar el propio perfil público por encima del éxito de la misión. Porque esa vida que nunca viviremos, la de ser alguien famoso, nos puede hacer olvidar quiénes somos en realidad.

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