Este fue el rótulo que me encontré el otro día en una tienda, y que tanto me ha dado que pensar estos días. La pandemia ha dado pie a un nuevo negocio: el de las máscaras y sus complementos. Máscaras de todo tipo y colores: con escudos de club de fútbol o de cofradías de Semana Santa, con motivos flamencos, banderas, obras de arte, lemas, personajes de cómic, pedrería, de alta costura… ¿Qué ha pasado? ¿Es que nos hemos resignado a que la vida va a ser distinta, y por eso intentamos «enmascararla» para que nos sea más llevadera?

Más allá del mucho significado profundo que podemos sacarle a esto de tener que vivir enmascarados, yo veo un mensaje positivo en todo esto: necesitamos poner alegría a lo que ha tapado las sonrisas. Sí, quizás este improvisado mundillo del diseño de máscaras sale a relucir una marca muy nuestra que llevamos dentro: que somos seres llamados para la alegría.

Decía Pedro Poveda: «La alegría hace breve el tiempo, convierte en cielo la tierra». Y eso fue lo que pensé mientras mis ojos no alcanzaban a abarcar aquel inmenso escaparate de máscaras de aquella tienda.

Buscamos la alegría. En el fondo, la anhelamos, la necesitamos. Aun cuando no somos conscientes de ella y la disfrazamos de chascarrillo, de chiste, meme o pitorreo. Cuando la alegría asoma a nuestro día a día, se puede creer que aún hay esperanza. Entre tanta oscuridad y malas noticias que algunos han tenido la mala fortuna de padecer en primera persona, en el fondo de nosotros late la certeza de que estamos hechos para los finales felices.

La alegría es siempre una posibilidad. Siempre está, siempre puede hallarse. Mal andamos si creemos que alegría es un estar todo el día riendo, contando chistes o yendo por la vida ilusamente como si viviéramos en un mundo dibujado por Disney. Difícilmente la encontraremos si la relacionamos con el tener más que con el ser, si la convertimos en la recompensa o en el resultado de nuestros actos, y no en la forma de ser y estar en ellos.

La alegría es un acto de inteligencia que sanea de nuestras penumbras mentales, es una opción para la cual se precisa voluntad y predisposición a la confianza, a la paciencia, a la mansedumbre y la entrega. Es necesaria la finura y atención de un científico para verla en el devenir de las cosas, donde la vida aún se mantiene en pie, fluyendo contra todo pronóstico, y donde Dios actúa a su manera, fiel a sus tiempos y a su amor hacia nosotros.

Decorar nuestras máscaras es una señal de que la alegría aún está en nuestros planes, de que no la hemos descartado. Como dice el libro de la Sabiduría: «…dejemos en todas partes recuerdos de nuestra alegría, porque ésta es nuestra suerte y nuestro sino». Pues vamos a ello, aunque sea con mascarillas.

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