Es curioso cómo, hoy por hoy, las mascarillas provocan muchas veces una sensación de sospecha y, en ocasiones de amenaza. Al ver a alguien con ella por la calle, o en un espacio público, la gente tiende a pensar o bien que se trata de una persona que ha sufrido mucho a causa del covid y ha quedado de algún modo marcada por ello, o que se trata de una persona con cierta debilidad, y que por tanto debe tratar de protegerse por todos los medios, o, también, que pudiera ser un contagiado de covid que, en este tiempo en el que ya no hay bajas laborales, se aísla de los demás por medio de una mascarilla.
Este ejercicio también podría hacerse desde el lado contrario, intentando ver cómo, para aquellas personas que llevan mascarilla para protegerse del covid por una causa o por otra, los otros son también objeto de sospecha y amenaza. Y no quiero decir nada si, de pronto, se topan con que las personas que están a su alrededor y no llevan mascarilla, tosen y estornudan. Entonces la sospecha y la amenaza se transforman en nerviosismo y pánico.
Lejos de lo anecdótico, creo que este sencillo ejemplo de la mascarilla nos ayuda a comprender uno de los males de nuestra sociedad, como es el de la falta de empatía y de misericordia con aquel que piensa o actúa diferente que nosotros. Y es que, si lo pensamos un poco, no deja de ser paradójico cómo un objeto como la mascarilla, ideado para proteger a las personas, puede convertirse en algo que provoque sospecha y amenaza. Pero, como digo, la mascarilla no es lo único, puesto que esto puede ocurrir con tantas otras realidades como la manera de vestir, el modo de mirar, la música que se escucha, los lugares que se visita, aquello que se escucha fuera de contexto, etc. Fruto de todo ello, nos movemos tantas veces por este mundo con la escopeta cargada, preparada para defendernos de todo aquel que para nosotros se convierte en motivo de sospecha y amenaza, aunque ni tan siquiera lo conozcamos.
Sin embargo, y volviendo al ejemplo de la mascarilla, creo que la cosa cambia cuando conocemos las razones por las que las personas deciden llevarla (o no llevarla). Entonces, lejos de ver en el otro una sospecha o una amenaza, descubrimos una persona que, precisamente por su debilidad (sea del tipo que sea), despierta en nosotros la misericordia, la comprensión y la fraternidad. Pues eso, que, como decía antes, la mascarilla es solo un ejemplo que nos ayuda a ver otra realidad más profunda como es la de la falta de misericordia con la que nos movemos por el mundo. Ojalá que cada vez sean menos las ocasiones en las que veamos en el otro una sospecha o una amenaza, y más las que encontremos en aquel que es distinto a nosotros, un hermano necesitado de nuestra empatía y comprensión.