No sé si también os pasa. Pero, un poco, percibo –en mí y en otros alrededor– que nos está asaltando la tristeza. Una tristeza diferente, no dramática –salvo en las situaciones desesperadas que, desgraciadamente, también hay–. Una tristeza silenciosa, que se lee entre las líneas de protocolos infinitos. La cháchara mediática ya nos está inmunizando y apenas nos afectan las indecencias partidistas de todo cuño que hace meses creíamos imposibles en una situación como esta. Sencillamente, apagamos, para no ver, no oír, no pensar demasiado. Las estadísticas están ganando la batalla a los rostros, y repetimos mecánicamente las cifras del día, aceptando ni poner nombre a los muertos. Vemos, con resignado pesimismo, que no va a quedar más remedio que ir confinándonos de nuevo. Quizás no como en marzo, probablemente sea algo más selectivo, con limitaciones menos severas. Pero, ciertamente, no la aparente seguridad que nos hemos permitido disfrutar en verano. Caminando por las calles vemos locales vacíos, carteles de liquidación, y en otros casos, negocios que intentan resistir, hambrientos de clientes. Clientes que, a su vez, miran desde fuera, temerosos de jugar a la ruleta con el virus.
Hace falta resistir. Resistir frente a la tentación de la derrota, con herramientas que son más necesarias hoy que nunca: el humor, la esperanza, y la capacidad crítica.
Humor, para no dejar que el enfado que nos quieren instalar en la entraña se adueñe de nosotros; para no seguir bailando al son de tambores de guerra que solo benefician a los violentos. Humor para reírnos de lo absurdos que somos, de lo frágiles que nos hemos descubierto, de lo ridículas que parecen ahora las preocupaciones de hace un año.
Esperanza, porque hubo no hace tanto unas semanas en que parecía posible que cuidásemos unos de otros de un modo diferente. Hubo un instante en que pareció razonable ir a una. Y en que parecía que se podían aparcar las mezquindades en favor del bien común. Me niego a creer que aquello fuera solo un espejismo, por más que hayan vuelto a coger las riendas los que cabalgan mejor a lomos de calamidades.
Capacidad crítica, para señalar lo que no funciona, pero valorar lo que sí. Para no anclarse en los diagnósticos sin propuestas, pero tampoco en las propuestas sin fundamento. Para pensar en el largo plazo más que nunca ahora, cuando la alternativa es refugiarse en un carpe diem de series y reuniones virtuales.
No podemos dejar que la tristeza venza la partida.
Más que nunca, ahora, toca buscar la alegría verdadera de estar vivos y tener motivos.