La etimología de diácono, del griego διάκονος, servidor, nos lleva a la raíz del significado de nuestro ministerio: el servicio. Descubrirse llamado por Dios a recibir el sacramento del Orden como diácono es reconocer que la propia identidad que nos configura es vivir sirviendo, más aún, haciendo presente sacramentalmente a Cristo que sirve a los hermanos a través de uno, desde su libertad, disponibilidad y capacidades.

En realidad, el servicio es el modo de vida propia de todo bautizado; el diácono es el ministro sagrado que recuerda a toda la Iglesia y, me atrevería a decir, a toda la humanidad, que vivir cuidando, sosteniendo, ayudando, dando esperanza, en definitiva, sirviendo, es el camino de la plenitud, de la vida plena, de disfrutar eternamente de la plenitud de Dios.

Cuando el diácono predica, acompaña espiritualmente o enseña lo hace como servicio a los hermanos; cuando preside la liturgia del matrimonio, bautiza o bendice lo hace como servicio a los hermanos; cuando es capellán de hospital, escucha a los sufrientes o anima el equipo de Cáritas lo hace como servicio a los hermanos.

En este año jubilar, queremos renovar la esperanza ejerciendo el ministerio con alegría, la alegría de ser presencia de Dios en medio de la humanidad, necesitada de la esperanza que no termina: la esperanza en que Dios está con nosotros siempre, especialmente en los momentos en los que la vida se nos hace dura, para ayudarnos a hacer un mundo más humano, y a llevar a la humanidad a la esperanza que no acaba, la esperanza de Dios. ¡Feliz jubileo de los diáconos!