Estos días, muchos estudiantes erasmus están comenzando su aventura, donde se entremezcla el miedo a lo desconocido con la adrenalina que trae la novedad y algunas dosis de nostalgia. Esto sin contar la preocupación, la confianza, la ilusión y el esfuerzo de tantas familias. Una propuesta formativa que comenzó hace décadas -en la práctica para alumnos ricos, inteligentes y valientes- en aras de crear vínculos y potenciar así el necesario sentimiento europeo. Desde hace bastante años llega ya al común de los mortales, convirtiéndose casi en un imperativo para una generación, de tal manera, que si no has ido de Erasmus puedes llegar a sentir que no has aprovechado la etapa universitaria al máximo.
No es exagerado afirmar, que en nuestra cultura se ha convertido en el ritual de paso hacia la adultez -cómo lo fue la mili para muchos de nuestros padres y abuelos-, donde uno vive fuera de casa, conoce gente distinta, se enfrenta a los fogones, disfruta una cultura nueva, practica idiomas y aprende a echar de menos, y de paso crece académicamente. Y por qué no, te das cuenta de muchas cosas que por desgracia pasan desapercibidas en el día a día. Una ocasión, para bien y para mal, para viajar más, salir más, disfrutar más, aprender más y otros tantos más -donde quizás conviene no entrar en detalles-.
Pero quizás aquí está la raíz para comprender el auténtico paso a la adultez. Para hacer un buen Erasmus -y para vivir en general-, no se trata de caer en un más cuantitativo, sino hacer las cosas mejor, con más calidad. Tomarse la vida en serio. De tal forma que en este tiempo -y quizás siempre- uno puede hacerse más consciente de la oportunidad y coger distancia de su hogar para crecer más desde Dios. Vivir desde lo profundo todos aquellos regalos y oportunidades que aparezcan en el camino -que seguro que son muchos- y cultivarse a sí mismo, pero para ello conviene estar con los ojos muy bien abiertos y no perder el rumbo ni el sentido común.
Al fin y al cabo, hay varios modos de irse de Erasmus, y quizás el mejor no está en dejarse llevar por la corriente, más bien por ser lo más ambicioso posible -en el buen sentido de la palabra- e intentar vivir cada instante desde lo profundo, y no olvidar el porqué de las cosas.
El reto es grande, la oportunidad y la experiencia también lo son, ojalá que tú, si estas empezando esta aventura, sepas aprovecharlo al máximo.