Este nuevo curso lo empiezo en Innsbruck (Austria), donde voy a seguir estudiando. Como yo, seguramente muchos de los que leeis PastoralSJ os habéis ido este año de Erasmus, a hacer un máster o empezáis a trabajar en otro país. Los ánimos entre nosotros a la hora de hacer las maletas seguro que son distintos y diversos, pues diferentes son las razones y los motivos que nos animan a dejar nuestro país aunque sea por un tiempo limitado. Pero me voy a centrar en tres motivaciones que permiten, al menos, comenzar con buen pie en cualquier lugar donde el cola-cao y el buen jamón brillan por su ausencia. Estas tres orientaciones dibujan cada una un horizonte de vivencia y profundidad distinto. Claro está, se pueden dar a la vez, pero cuanto más uno bucea en una de ellas, la anterior, sin dejar de ser importante, se empieza a vivir en función de la nueva perspectiva.

– Hacer las maletas como experiencia. Todo es nuevo cuando uno viene a un país con cultura distinta. Nueva lengua, nuevas costumbres, nuevas amistades y modos de vivir. Desde poner una lavadora en una máquina que no entiendes, hacer un papeleo o el modo de cruzar la calle: todo es nuevo. Y en los primeros meses por lo general se vive un cierto tobogán de emociones: junto a un cierto sentimiento de nostalgia y cierta ansiedad, la excitación de la novedad, del vivir en un lugar donde las relaciones empiezan desde cero, donde no hay pasado y todo es futuro inmediato. Estas experiencias hay que vivirlas y aprovecharlas, pero acarrean una realidad inapelable (que se agotan) y un peligro: que se queden sólo en una lista en la que haces “tick” y a otra cosa.

– Hacer las maletas como oportunidad. Oportunidad, desde luego, de engordar el currículum: añadir con orgullo una línea en el apartado de idiomas, de formación o de experiencia laboral. Pero oportunidad, también, de formarte como persona, en lo que no se escribe en el perfil de LinkedIn: de crecer y de ser más auténtico. Por más que uno deje atrás muchas cosas y relaciones, se hacen las maletas con lo que uno es. Y en un nuevo contexto lo habitual es que por momentos uno se sienta débil y amenazado y, otras veces, pudiendo descubrir las propias fortalezas ante los límites y los retos. Todo ello ayuda a llegar al centro de la persona, a dar realidad a lo que uno es desde la verdad que se descubre, con sorpresa, en los pequeños éxitos y fracasos cotidianos (que aquí abundan). El peligro, también aquí, es estar pendiente sólo de lo que uno siente o vivir con la presión de tener que aprovechar esta oportunidad: de vivir todo como prueba o como una constante competición con uno mismo para salir airoso en toda circunstancia.

– Hacer las maletas como horizonte. En el relato de cualquier vida, un cambio tan relevante aspira a no ser un paréntesis o una nota a pie de página, sino un capítulo importante que esté lleno de sentido. Al tener la oportunidad de tocar lo auténtico de uno mismo se puede aceptar la invitación a vivir con más profundidad. Con la soledad (que también la hay), la imagen de Dios cambia: se hace más próxima y personal. Y, ojalá, haya ganas para cuidar esa relación. Se notará que uno ve más lejos: de repente, por ejemplo, al escuchar una lectura del Antiguo Testamento te puedes solidarizar con el pueblo en el exilio o, como los primeros seguidores de Jesús, te sientas enviado a nuevas tierras. O, quizás, empieces a entender mejor a quienes viven lejos de su casa, sin seguridades ni raíces y que, quién sabe cómo, tienes que dar una respuesta a esa realidad desde tu vida. Solidaridad y envío: quizá desde este horizonte se puede dar sentido a esta estancia lejos de tu lugar de origen.

Vivir o no en un nuevo país desde estas perspectivas depende no tanto de cómo se presenten las cosas, como de lo lejos que se esté dispuesto a mirar. Pero, ni qué decir tiene, no hace falta moverse del sitio para vivir de cualquiera de estos modos. Por eso cambiar de país y de cultura es una auténtica escuela de vida. Ojalá que cuando volvamos de este viaje lo hagamos, sí, cargados de vivencias, pero con el corazón lleno de sueños y de nuevos horizontes.

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