La vida da muchas vueltas y he aquí que, con unos cuantos años de más, me veo haciendo un Erasmus en Lovaina, una pequeña ciudad universitaria en la Bélgica flamenca. Aunque no doy el perfil de un Erasmus normal, la verdad es que en estas primeras semanas me paso el día en eventos, y alguna fiesta donde los estudiantes internacionales buscamos nuevos amigos en una ciudad donde todos empezamos de cero.
Y así, conociendo a decenas de jóvenes con los que no tengo apenas nada en común, he podido reconocer dos milagros que estaba viviendo. Son la cara amable de dos realidades que nos suelen fruncir el ceño: la secularización y las migraciones. Ahí va mi experiencia…
En primer lugar, el hecho de estudiar Teología en una Europa definitivamente secularizada. Normalmente, nos fijamos en lo negativo de este proceso: el descenso en la práctica religiosa, la dificultad para transmitir la fe, etc. Sin embargo, la secularización trae consigo algo muy bueno y es la ingenuidad con la que una generación entera se acerca a la fe. En mi clase de teología hay un montón de jóvenes de todo tipo, y muchos de ellos se consideran no creyentes o en búsqueda. Un perfil muy distinto a los curas y monjas que poblamos las aulas de teología de España. En estas semanas me he encontrado con estudiantes de literatura apasionados por la belleza de los poemas bíblicos; con historiadores que reconocen el valor de los monasterios cristianos para la cultura europea; con estudiantes de políticas convencidos de que hay que entender las religiones para lograr una verdadera convivencia pacífica en el mundo… Y la verdad es que, desde este interés respetuoso, se da el salto mucho más fácilmente a una buena conversación sobre qué es la fe o sobre por qué soy jesuita.
En segundo lugar, me llama la atención la internacionalidad de mi clase. Es la cara amable de la increíble movilidad humana en la que vivimos actualmente. La pena es que la mayor parte de las noticias que nos llegan sobre este fenómeno hablan de crisis migratorias, xenofobia, populismo, terrorismo, etc. Cuando existe otra versión de la historia mucho más cotidiana y silenciosa. En mi clase hay hasta 19 nacionalidades. Todos hablando inglés con distintos acentos. Todos con su ordenador y su smartphone intercambiando fotos, mensajes y apuntes. Me encanta mirarnos desde fuera y darme cuenta de que somos la primera generación en la que esta horizontalidad es posible.
En fin, historias sencillas, que no hacen ruido ni salen en los periódicos. Pero son historias que nos hacen mirar este mundo con algo de esperanza. Una generación de jóvenes Erasmus que no imaginan otra cosa que un mundo en paz y en libertad. No es poca cosa.