Esta semana, miles de buscas y walkie-talkies portados por el grupo Hezbolá fueron detonados simultáneamente en el enésimo capítulo del conflicto de Oriente Próximo. Y lo curioso de esta letal maniobra radica en que se consiguió infiltrar material explosivo previamente, haciéndolos explotar justo en un momento preciso, creando así numerosas bajas en el enemigo. Una estratagema militar que, sin lugar a dudas, pasará a la historia de una ingeniería de guerra que nunca dejará de sorprendernos. 

Y quizás más allá de las reflexiones éticas sobre la tecnología que podamos hacer, hay una pregunta clavada en el corazón del ser humano: el origen de tanta audacia para hacer el mal. Y la realidad es que para el mal es ser humano es demasiado avispado, e incluso puede tener una creatividad casi infinita, con nefastas consecuencias. Esto ha sido una muestra más, pero llegarán otras, no nos engañemos, cada cual más sangrienta, aunque todos puedan justificarlo como defensa propia.

¿Cómo sería el mundo si todo este ingenio fuera utilizado para hacer el bien? ¿Y si todo este tiempo y estos recursos fueran invertidos en ayudar a otros? Pueden parecer preguntas ingenuas, que lo pueden ser, pero las respuestas tampoco las sabemos. Sin embargo, quizás sí puede resonar en nuestra conciencia la cuestión sobre qué hacemos cada uno, con nuestro propio ingenio, para hacer de este mundo un lugar mejor. Y esta pregunta sí nos las podemos responder.

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