¿Qué se mueve cuando uno se indigna? En mi caso las entrañas, esas cuyo retorcimiento produce movimiento. Creo que a Stéphane Hessel le pasaba lo mismo. La semana pasada, en medio de nuestros juicios, vacantes y fútbol se apagó su alma. Hessel fue el autor de un librito de 32 páginas que muchos españoles compramos ¡Indignaos!
En una conversación con un amigo nos preguntamos. ¿Es buena la indignación? ¿Lleva a algo positivo? ¿Jesús se indignó? Yo diría rotundamente que sí, pero añadiría que la indignación por si sola puede ser frustrante. Creo que la indignación que precede al hacer, pensar, soñar, proponer, puede ser más productiva, pero a veces uno sólo tiene fuerza para gritar ¿y qué?
El grito de ¡Indignaos! es un alegato contra la indiferencia, una reflexión que impulsa a resistirse contra la injusticia, la superexplotación, el neoliberalismo salvaje, la falsa democracia y la corrupción. Una vida, la de Hessel, intensa y comprometida. Se enroló en la Resistencia durante la 2º Guerra Mundial, torturado por la Gestapo, deportado a un campo de concentración y condenado a muerte. Se evadió, fue otra vez capturado y finalmente saltó del tren que le llevaba a Bergen-Belsen y se sumó a las tropas norteamericanas que entraron en París. En Nueva York coordinó la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Yo diría que su grito tenía base. Luchó y vio a muchos luchar y morir por una libertad, un bienestar que todos en este país hemos disfrutado y ahora parece que… ¡Indignaos!