Hay quien cree que la única explicación satisfactoria para que a día de hoy siga habiendo gente con fe radica en el verbo inculcar. Para esta gente, los creyentes lo serían simplemente porque alguien de su entorno más cercano les ha inculcado la fe. Y a la vez, el hecho de que la Iglesia a día de hoy siga tan interesada en la educación se explicaría precisamente porque los colegios son una herramienta ideal para llevar a cabo esa inculcación de la fe y de los valores cristianos a los niños.

Las distintas definiciones que la RAE da del verbo inculcar, tienen alguna referencia a la fuerza, el empeño y el ahínco. Por lo tanto, si aplicamos este verbo a la fe, se podría sacar la conclusión de que, con insistir y repetir sus conceptos, valores y prácticas fundamentales, sería suficiente para asegurar que ésta quedase insertada en los individuos. Sin embargo, la realidad en multitud de ocasiones nos demuestra lo contrario.

En este sentido, creo que es mucho más acertado a la hora de hablar de la fe, el uso del verbo transmitir. Puesto que en este verbo tiene un matiz muy diferente del anterior y, lo que es más importante, no tiene los tintes voluntaristas y de esfuerzo con los que se caracteriza el verbo inculcar. Quien transmite, busca comunicar algo importante para su vida, algo que ha encarnado en su existencia y que le ha configurado como persona. Y lo hace respetando la libertad y sobre todo la individualidad de la otra persona. Asumiendo que el otro tiene que hacer suyo este mensaje para que así pueda a su vez transmitírselo a otras personas. Y sobre todo, sabiendo que no todo depende de su esfuerzo e interés, sino que, en la transmisión de la fe juegan un papel muy importante la acción de Dios y la actitud del receptor.

Por ello, creo que es muy importante que tomemos conciencia de que lo que intentamos hacer en nuestra vida es transmitir la fe que otros nos transmitieron. Esto nos ayudará a defendernos cuando otros nos acusen de querer inculcar o incluso influenciar a las personas. Pero sobre todo, nos dará unas claves muy diferentes para integrar los éxitos y los fracasos de nuestra pastoral. Puesto que somos transmisores de algo que no es nuestro pero que, a su vez necesita de nuestro esfuerzo e interés para que pueda llegar a encarnarse en los demás.

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