A veces nos instalamos en una visión descorazonada de la realidad. Nos basamos en estadísticas que nos presentan cómo la religión va perdiendo peso en nuestra sociedad. Nos desanimamos al ver cómo la secularización va ganando terreno a nuestro alrededor. Vemos cómo la cadena de transmisión de la fe, parece que se va rompiendo poco a poco… Y así caemos en una especie de desánimo o desesperanza que, sin fe, sería muy difícil de soportar.

En medio de todo ello, nos proponemos llevar a cabo alguna actividad pastoral para tratar de transmitir aquella fe que a nosotros nos transmitieron y también, para luchar contra esta situación social que no nos gusta. La mayoría de las veces, al comenzar un grupo de catequesis o de jóvenes pensamos que seremos capaces de marcar a los chavales que se han apuntado. Que les ayudaremos a plantearse preguntas que harán que su vida cambie por completo. Que seremos capaces de hacerles descubrir a Jesús como horizonte de sus vidas etc.

Sin embargo, en muchas ocasiones, cuando llevamos un tiempo de andadura con el grupo nos llevamos una gran decepción. En primer lugar por la asistencia de los chavales. Puesto que, normalmente, por muy exigente que se quiera ser… la mayoría de las veces el deporte, los cumpleaños y otros eventos, pasan por encima del que debiera ser su compromiso. En segundo lugar, porque aunque parezca que a veces se conecta con ellos, da la impresión de que no acaban de profundizar y su relación con Jesús y el Evangelio se queda en la superficie, sin cambiar para nada su vida. La situación se recrudece al llegar un día en el que has preparado muchísimo la reunión y te encuentras con que sólo han venido un par de chavales, uno de ellos con mucho interés y el otro, sencillamente obligado por su familia. Y ante ello te preguntas ¿merece la pena desgastarse por esto? O ¿quizá sea mejor dejarlo?

Creo que esta situación, en lugar de sumirnos en la desesperanza, debería remitirnos al tiempo de Adviento en el que nos encontramos. En concreto, a mí me gusta relacionarlo con la lectura en la que Isaías dice que «brotará un renuevo del tronco de Jesé y de su raíz florecerá un vástago». Puesto que nos ubica mejor ante la realidad, al recordarnos que Dios no viene en forma de planta invasora que arrasa los campos, sino que lo hace con el modo discreto de un pequeño tallo. Y aquí, creo que todos deberíamos mirar atrás y ver que venimos de una historia en la que alguien apostó por nosotros. Que muchos de nosotros también en su día estuvimos en algún grupo en el que el catequista no tiró la toalla pese a los desánimos que le producía ver que su mensaje no llegaba prácticamente a nadie. Y que, pese a que los tímidos resultados que aquellas reuniones y catequesis tuvieran en la mayoría de sus miembros, a ti en concreto, te cambiaron la vida y te hicieron ser la persona que eres hoy.

Con todo ello, no quisiera dar la impresión de estar en contra de los planes pastorales y a favor de mantener heroicamente obras e instituciones que podrían llevarse de otra manera. Sino que creo que deberíamos dejar que Dios actúe a su modo en los grupos en los que nosotros colaboramos. Quizá, al mirarlos desde su mirada individual y llena de esperanza, encontremos fuerza para tirar adelante cuando sólo vemos la realidad a través de nuestro deseo de grandes números y nuestro derrotismo desesperanzado.

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