Hoy se celebra el Día de África. Siempre parece que si hay un “día de” es porque nos olvidamos de esas personas o ese lugar. Y aunque no creo que nos olvidemos de África, sí puede ser que tengamos perspectivas muy limitadas de un continente tan rico, tan vapuleado, tan misterioso, tan pobre y desbordante. Se nos quedaron grabados esos anuncios rancios de ONG sensacionalistas con niños desnutridos en paisajes secos. O a veces pensamos en el África de los safari, con hoteles en playas paradisíacas reservadas para europeos.
Hay que acercarse a la África real, la que desborda vida, la que no se rinde frente a tanta adversidad. La de niños que juegan al fútbol en campos alisados por ellos mismos soñando con jugar en los grandes equipos pero que no se pierden una clase porque saben que en la educación de hoy está su futuro. La de tantas mujeres llenas de dignidad que llevan a la espalda a sus bebés y a toda la familia, y saben celebrar y bailar a la vida con una belleza que emociona. Esa África tan rica de culturas, lenguas, experiencias religiosas que en nuestro mundo tan estandarizado no somos capaces de entender.
Hay que acercarse a esa África bella, fecunda y rica que convive con la África maltratada, marginada y abusada. Si no podemos viajar tal vez podemos encontrarla en nuestros barrios, en sus gentes africanas que ya conviven con nosotros, a veces obligados por la falta de oportunidades o por la violencia, y que nos traen toda la belleza, pluralidad y riqueza africanas.