Les veo por la calle. Les veo en la televisión…pero no lo entiendo.
¿Por qué? ¿Por qué se juegan la vida? ¿Por qué soportan meses y meses de camino atravesando países, pasando sed y hambre, viendo morir a amigos en el viaje, siendo engañados por las mafias? ¿Cómo son capaces de volver a intentarlo una y otra vez, jugándose la vida en el desierto, en la valla, en el mar,…? ¿Qué les hace ser capaces de dejarlo todo, sus países, sus amigos, sus culturas, sus familias, sus trabajos.
Rezo…pero no lo entiendo.Yo no lo entiendo, y no lo quiero entender, no quiero entender las leyes inhumanas que intentan explicar el sufrimiento de tantos africanos y africanas. En estos días llegaba a mis manos un resumen de un informe del Consejo General de Naciones Unidas. Describe cómo la explotación del coltán (un mineral muy preciado para los móviles y la informática) ha sido determinante en la guerra de los Grandes Lagos (R. D. Congo, Uganda, Ruanda y Burundi). Esta guerra se saldó más de 3 millones de muertos en el 2002. La inestabilidad en la zona continúa, y está siendo reforzada y utilizada todavía por el contrabando del coltán. El caso del coltán en Los Grandes Lagos es sólo una muestra de tantos rincones de África que sufren las consecuencias del crecimiento voraz e inhumano de las multinacionales. Rincones en los que cada vez se hace más difícil vivir. Rincones donde la vida humana, utilizada al servicio del mercado, llega a perder todo su valor.Sus personas traen al Norte los gritos de las heridas abiertas de África.
Señor, que no seamos indiferentes a sus voces procedentes de Darfur, de Liberia, de Sierra Leona, de Angola, de Somalia, de Senegal, de Nigeria, de los Grandes Lagos…