En todas partes, pero especialmente en Estados Unidos, tienen mucho tirón las historias del luchador que vence todo tipo de dificultades y consigue triunfar en la vida. También son muy populares esas de malvados que confiesan sus tropelías y se proponen cambiar. Raras veces todo esto se cumple en la misma persona. Lance Armstrong, el gran campeón ciclista que batió todos los récords, que superó un cáncer y volvió a ganar carreras, que creó una fundación para investigar sobre el cáncer y recibió muchos premios, ha confesado que usó sustancias prohibidas para ganar las carreras.

Así, de un día para otro, se pasa de ser un héroe a ser un villano. De ídolo de jóvenes a maldito para todos. Los medios están siempre ávidos y prestos a enaltecer o a derrumbar a famosos deportistas, cantantes, actores… Hay que admitirlo, estas noticias venden, así que hay que buscar un nuevo héroe o destronar a algunos de los que hay.

Pero ¿no hay término medio? Todos somos conscientes de que en nuestra vida hemos tenido momentos heroicos y otros de los que no estamos nada orgullosos. Ni héroes ni villanos, ni blanco ni negro; nuestra historia está pintada con una paleta de muchos colores. Yo creo que los héroes de verdad son los que viven desde el agradecimiento y saben que más que hacernos a nosotros mismos nos vamos recibiendo. Así nuestras “heroicidades” son ante todo regalos que recibimos, y nuestras “tropelías” muestras de nuestras limitaciones. Es de héroes también  mirar a los demás con aceptación y empatía, sin idolatrar ni condenar.

 

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