Si preguntáramos a alguien cómo definiría a un héroe o heroína, probablemente diría que es alguien dotado de superpoderes que se dedica a hacer el bien y a ayudar a los demás. Para mí un héroe o una heroína es aquella persona que hace lo que tiene que hacer cuando toca hacerlo, poniendo el bien de los demás por encima del suyo propio, aunque ello suponga un enorme sacrificio y esfuerzo personal. Me gusta definirlo así porque me ayuda a creer que no están tan lejos, que cualquiera de nosotros, en un momento determinado, podemos ser un héroe o una heroína simplemente haciendo nuestro trabajo, nuestra labor, de manera más que correcta.

Ante tantos terribles informes que nos llegan desde Afganistán, ayer leí un artículo que me conmovió: hablaba del embajador de España en Afganistán, Gabriel Ferrán y la segunda jefa de la delegación española, Paula Sánchez, que habían sido los últimos en «abandonar el barco» en esta evacuación exprés y dolorosa que hemos estado presenciando a través de los informativos. A pesar de que fue cesado el 4 de agosto, Gabriel Ferrán optó por quedarse en Afganistán para ayudar en la organización y preparación de las operaciones de repatriación de personas a España.

Puede que algunos piensen que no es para tanto, que este señor ha hecho su trabajo, que para eso le pagan. Que tanto bombo en los periódicos no es más que otra propaganda política más. Y sí, puede que todo eso sea cierto. Pero también podía haber huido; podía haberse montado en el primer avión disponible para salir del país (que muy probablemente no habría tenido problemas de plaza para él y los suyos). Seguro que podía haberse sacudido la obligación de quedarse, alegando que ya no era embajador, y quizás nadie se lo hubiese reprochado. Salvar la vida y la de los tuyos es algo a lo que todos tenemos derecho, ¿no?

Lo cierto es que eligió quedarse y ayudar hasta el final, siendo de los últimos en montarse en un avión rumbo a casa. Y ahí es donde radican los actos heroicos: en lo que elegimos hacer; en cómo, pudiendo escoger la opción más fácil (e, incluso, comprensible), escogemos la complicada porque es la mejor para todos. Ahí está el heroísmo: en la renuncia a uno mismo para optar por los otros. El héroe elige estar para los demás antes que para sí mismo. Entrega su vida, a veces hasta literalmente. Y eso es porque ha descubierto en sí mismo el único y gran superpoder: la compasión. Cuando uno siente el corazón lleno de amor (porque fue amado y salvado primero), no puede hacer otra cosa que amar. Y en ese amor, los actos heroicos nos salen a puñados. Actos heroicos grandes, y también pequeños, los cotidianos, de los que estoy segura que somos testigos a diario.

Recuerdo una frase de Spider-Man que, a pesar de no ser mi héroe favorito, dio en el clavo con ella: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Cuando uno descubre de lo que es capaz (en el buen sentido), no puede dejar a los demás fuera.
También está esa otra gran frase: «Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos». Esta es de otro ‘héroe’, de Jesús… uno que no sale en ninguna película de la Marvel… ¡pero que de compasión entendía un rato!

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