La actualidad en España está marcada por la guerra interna que vive el Partido Popular y que perfectamente podría ser la trama de una serie de Netflix con traiciones, despechos y demasiadas cloacas. Comentamos, tuiteamos y nos entretiene más que si fuera una batalla con sangre de verdad. Ahora son estas siglas, pero perfectamente mañana podrían ser otras y pasado las de más allá, y es que detrás de esta joven generación de políticos fotogénicos hay más ambición que honestidad, más palabrería que buenos actos y más apariencia que verdad. Gobierne quien gobierne, digan lo que digan y gane quien gane, pocos se salvan si a los hechos nos remitimos.
Evidentemente, estos espectáculos acrecientan la abstención y el malestar social, y también aumentan el desencanto, el desapego y, por supuesto, allanan aún más el camino a populismos de un signo y de otro que no cesan de frotarse las manos. Nos recuerdan que conviene olvidarse de una vez de las instituciones perfectas, que tienen más de proyección nuestra que de propia realidad. Sin embargo, a mí lo que realmente me preocupa es que pocos jóvenes brillantes querrán dedicarse a la política para trabajar por las personas, por el bien común, por su tierra y por los pobres que más lo necesitan. Muchos de ellos seguirán optando por labrarse una buena carrera en otro sector, dejando así el romanticismo de la política para sus ratos libres y de esta forma no complicándose demasiado la vida. Y así poco a poco, se deja el camino libre para gente floja y sin escrúpulos que acaba en cualquier partido político y que podrían ser perfectamente youtubers como tertulianos de Telecinco.
En el fondo, esto no es más que el reflejo de una sociedad que hace tiempo se olvidó del pensamiento profundo y que cambió el compromiso y la verdad por el pasárselo bien y unas cuantas fotos en Instagram. Aunque más allá de la indignación quiero pensar que el lado positivo es que el sistema es tan bueno y preciso que no colapsa pese a la incompetencia de algunos de nuestros líderes. O mejor dicho, funciona a través del trabajo sencillo y discreto de funcionarios y políticos honrados que prefieren las horas de despacho antes que conseguir un buen titular. Y a pesar de todo podríamos seguir preguntándonos cómo nos iría si realmente estuviéramos gobernados por los mejores y no por tanta mediocridad, quizás de esta forma logremos espabilar.