La semana pasada, la actualidad política estuvo condicionada por dos intentos fallidos de golpes de estado en Perú y en Alemania respectivamente. Más allá de los conceptos jurídicos y de las diferentes realidades políticas, históricas, sociales y culturales de cada país, no deja de sorprendernos que en pleno siglo XXI puedan seguir surgiendo estos ataques a la democracia. Sin embargo, a pesar de los kilómetros no nos puede dejar indiferentes y nos recuerda que la democracia sigue teniendo enemigos, tanto dentro como fuera del sistema.
Aunque en ambos casos el mecanismo de alarma, la imprescindible separación de poderes y los contrapesos democráticos funcionaron, mirando la Historia no podemos olvidar que la democracia no se puede dar por hecho, como si fuera una estación termini que durará eternamente, ya que mejores árboles han caído. El coqueteo con los extremos –ya sea de izquierda como de derecha, pues suelen funcionar de forma parecida– y con los populismos suele engendrar monstruos difíciles de dominar, donde la Historia, las instituciones y la dignidad humana poco importan.
La pregunta pasa por nuestra manera de cuidar la democracia, tanto en lo personal como en lo colectivo. Aunque es duro reconocerlo, lo que vemos en nuestros parlamentos y en los medios de comunicación no es más que el reflejo de lo que late en nuestra sociedad. Mientras los enemigos de la democracia continúan llamando a la puerta, nos seguimos olvidando que lo importante es formar buenos ciudadanos al servicio del bien común y de la dignidad de las personas y no máquinas capaces de producir, consumir y pasárselo bien.