Quien haya seguido las noticias estos últimos días en España, se habrá topado con la drástica (no) decisión de intervenir Telegram, las reacciones a favor y en contra y la definitiva rectificación tras un informe que alertaba de los riesgos para las libertades civiles del bloqueo. En sólo tres días, en un ejercicio de autofagia, los acontecimientos se han resuelto agotando frenéticamente su propia novedad con la superposición de unos sobre otros hasta la aparente calma en la que podemos escribir estas líneas tras descartarse la medida cautelar.

Para procesar lo que ha sucedido nos puede servir acudir a los clásicos. En su análisis de la democracia, Alexis de Tocqueville, el padre moderno de la ciencia política, estrena el término «hábitos del corazón» para referirse al conjunto de costumbres y tendencias dentro una sociedad para hacer frente a un problema. Una especie de resorte interiorizado que en su ejercicio se refuerza y va creando una cultura mediante la armónica sedimentación de decisiones a lo largo de la historia.

Tres siglos antes de que Tocqueville viajara a Estados Unidos y descubriera el valor de la costumbre en la política, san Ignacio de Loyola destacó en su consideración del discernimiento el rol que juegan en él los afectos que, lúcidamente apunta, van conformándose en la repetición y que no pueden sino tasarse en un continuo examen de la situación.

Cada día podemos asistir al colapso de una democracia, ir augustamente a su entierro y descubrirla al día siguiente con paso lozano en ejercicio de sus funciones (hasta el próximo arrebato que presagie el fin, claro), como si hubiéramos vivido un simulacro. Sin embargo, los que aparentan ser «simulacros» acaban decantando lo que seremos de mayores. El encono en un deje hace que se cronifique, y la querencia que muestra un sistema (así como su capacidad interna de ofrecer resistencia) acaba por arrimarlo a un patrón más o menos democrático.

En una sociedad mediatizada, la narración pisa los talones a los hechos sin un respiro para digerirlos. Ahí se deben encontrar Tocqueville y san Ignacio: una sociedad madura debe entrenarse en examinar dónde están sus hábitos del corazón y qué poder queda en manos de la sociedad civil tras tanto simulacro, antes de verse presa de un sistema que la devore por sus propias querencias.

 

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