En la era del clic y la inteligencia artificial, resulta llamativo que miles de personas se congregaran ayer en la plaza de San Pedro (y alrededor de las teles de sus casas) expectantes por conocer de qué color sería el humo que desprendería la sencilla chimenea que indicaría si teníamos nuevo Papa o no.
La Iglesia se esfuerza por escuchar los signos de los tiempos y avanza con pasos lentos pero contundentes hacia adelante. Cosas que hace cien años habrían sido absolutamente impensables, hoy son acogidas entre los católicos con total naturalidad. ¿Qué les costaría, entonces, comunicar el resultado de cada elección desde las fuentes oficiales de Vatican News en vez de seguir utilizando un método tan rudimentario? ¿No es hora de que la Iglesia se modernice también en esto?
Fundada por Cristo, animada por el Espíritu Santo, e integrada por cada uno de nosotros, la Iglesia es divina y humana; santa y pecadora. Un combo complejo de explicar y, en ocasiones, de vivir. No es una empresa, ni una ONG. Por eso requiere de símbolos que le ayuden a recordar la paradoja de su esencia.
El humo simboliza desde la Antigüedad la unión entre lo humano y lo divino. Así, el humo blanco anunciará que la elección ha concluido y que ha sido el Espíritu, a través de personas concretas, quien la ha hecho posible. Es bonito porque el humo es un lenguaje universal, como la Iglesia. Todos, todos, todos podemos comprenderlo sin necesidad de gramáticas, acentos o tiempos verbales. Nadie queda exluido de este anuncio. Además, es difícil que pueda dar lugar a fake news o a bulos: la fumata es la que es y todos nos enteramos al mismo tiempo, sin distinciones.
Algunas tradiciones se mantienen porque “siempre se ha hecho así.” Esas conviene revisarlas y discernir si responden o no a los signos de los tiempos. Pero otras responden a motivos que son interesantes y que tienen mucho que ver con la esencia más genuina de la Iglesia.
¡Sigamos rezando por el futuro Papa!
