Hace unos días, el algoritmo de las redes sociales hizo que llegara a mi móvil un vídeo de en el que una persona le preguntaba a San Josemaría Escrivá que cuánto había que amar al Papa. Él le respondía diciendo: “el Papa es Pedro el representante de Dios en la tierra. Nuestro amor de cristianos tiene que ser así: Jesucristo, María Santísima, San José, ¡el Papa! El Papa por encima de todo. ¿Y si el Papa es antipático? Pues, aunque lo sea, si alguna vez se diera ese caso. ¿Y si el Papa…? ¿Qué… quién eres tú para juzgar al Papa? No podemos juzgar al Papa, tenemos que amarlo y basta, ¿de acuerdo? Y después, rezar para que sea simpático, para que haga las cosas bien, etc.
Como se sabe, también San Ignacio de Loyola, en varios episodios de su vida y en muchos de sus escritos, demostró vivir desde esa misma actitud. Es conocido su sobresalto por la elección de Gian Pietro Carafa como Papa, con quien no tenía una buena relación, pero al que guardó fidelidad como Sumo Pontífice. El voto de especial obediencia al Papa acerca de las misiones. O su deseo de recibir la bendición de su Santidad en el lecho de muerte.
Creo que es necesario recordar ejemplos como estos, en estos tiempos en los que estamos viviendo una confusión grande en lo que a la relación con el Papa se refiere. La punta del iceberg está en casos rocambolescos como el de las clarisas de Belorado que conocimos ayer. Pero, existen otros muchos, en mayor o menor escala, que nos hablan de la falta de profundidad en nuestra mirada al sucesor de Pedro. Miramos más a la persona que a lo que representa. Criticamos más que oramos. Y así, dividimos más que unimos.
Ojalá que el testimonio de los grandes santos de la Iglesia nos ayuden a vivir de un modo mejor nuestra relación con el Papa. Y, si esto no es suficiente, que sea su intercesión la que cambie nuestros corazones, orientándolos más a la comunión que a la división.