A pesar de llevar muchas semanas con la salud más que limitada, muchos seguíamos admirados por la perseverancia y la resistencia del Papa para sobrellevar su limitación física. Sus esfuerzos eran enormes, y también lo era su tesón por comunicar una experiencia que le ha movido desde los inicios de su Pontificado.
Por eso el título de su primer texto es el que encabeza estas palabras que nacen del corazón. Y me hago eco de esa primera Exhortación Apostólica llamada La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium). Porque el Evangelio es Buena Noticia y por eso, solo puede ser de Dios traer alegría auténtica. Por eso el primer elogio de los muchos que recibirá el Papa es el de hacer las cosas con alegría y desde la alegría.
La revisión de su Pontificado puede ser en clave analítica, de cálculo de fuerzas, en términos vaticanos. El Papa Francisco, digámoslo ya, nunca fue una persona de medias tintas, y eso hará correr ríos de tinta en los próximos días. Pero analizar el legado del Papa desde la Fiesta de la Resurrección nos llama a tomar el testigo de una invitación que nos ha hecho repetidamente (‘armen lío’) y, siendo Iglesia en salida, acoger al mundo tal como es para dialogar con él.
Lo central, pues, es la persona del Resucitado (¡Cristo Vive! Clamaba Francisco en Christus Vivit al finalizar el Sínodo sobre los jóvenes). Y el encuentro con el Señor cambia los corazones, y es a lo que estamos invitados todos los cristianos y cristianas. El empeño por una Iglesia Sinodal ha sido lo que ha centrado sus energías los últimos tiempos. Es ahí donde entramos “todos, todos, todos” como exclamó en la JMJ de Lisboa. El deseo de recibir una sepultura más acorde con un pastor que es despedido por su rebaño más que por un príncipe nos anima a asumir que ahora es momento de mirar esa alegría del Evangelio, que es misión de reconciliación para con el mundo.
Papa Francisco, compañero, ruega por nosotros.