El Papa Francisco es jesuita y como tal se reconoce “pecador y sin embargo llamado a ser Compañero de Jesús” (CG32); como todo jesuita lleva en sus entrañas el deseo de sentir “dolor con Cristo doloroso y quebranto con Cristo quebrantado” [EE 203]. Es hijo de San Ignacio de Loyola y toda su vida ha sido modelada por la espiritualidad de los Ejercicios Espirituales. Seguramente, en sus retiros anuales habrá pedido la gracia de ser puesto bajo la bandera de Jesús y vivir en pobreza y sufrir los oprobios y los menosprecios que nos llevan a la verdadera humildad; pues de ahí, según San Ignacio, se siguen todos los bienes y, en contraste, de la soberbia se siguen todos los males [EE 146].

Como buen hijo de la Compañía de Jesús, el Papa Francisco sabe que los oprobios y menosprecios que más duelen son, paradójicamente, los que vienen de los que más amamos, inclusive del interior de la misma Iglesia; no obstante, también sabe que, muchas veces, los oprobios y menosprecios, son el signo fehaciente de que se está siguiendo verdaderamente a Jesús de Nazaret. Con todo y todo, más allá de los partidarios o detractores, el Papa ha sabido bien “a dónde va y a qué” [EE 239].

Vivir bajo la Bandera de Jesús no es un ejercicio voluntarista; sino que es, sobre todo, una gracia que nace de una profunda experiencia de amor del Padre que nos regala una alegría que nadie nos puede arrebatar. Francisco, como seguidor de Jesús, se sabe primereado, misericordeado y siempre enamorado. En alguna entrevista en el 2024 le preguntaron “¿cómo le gustaría ser recordado?” A lo que Francisco respondió con absoluta humildad: “Cuando estoy en la intimidad me digo una verdad a mí mismo: que soy un pobre desgraciado a quien Dios le tuvo mucha misericordia”.

¡Gracias Papa Francisco por encarnar el Evangelio y nuestra espiritualidad!
¡Rezamos por ti y estamos contigo!

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