Vamos a jugar a desmontar generalizaciones. No todos los de derechas son fachas. Ni los de izquierdas perroflautas o pesebreros. Ser funcionario no es automáticamente signo de trabajar poco. No todos los andaluces viven del estado. Ni todos los curas son pederastas.  Ni todos los obispos son carcas. No todos los políticos son corruptos. No todos los sindicalistas son  unos jetas.  No todos los catalanes  son tacaños. No todos los de tu partido son honrados y los otros impresentables. No todos los gays son promiscuos. Ni son todos sensibles y nobles. No todas las decisiones del partido con el que simpatizas son correctas y oportunas, y todas las del partido que te revienta son idioteces. Los jóvenes, por el mero hecho de serlo, no son más solidarios, comprometidos o generosos que los mayores. Por la misma razón, tampoco son más flojos, más frívolos o más superficiales. No todos los madrileños son castizos. No todos los empresarios son explotadores, ni todos los trabajadores son víctimas de un sistema clasista, del mismo modo que no todos los empresarios son dinámicos creadores de empleo  ni todos los asalariados son vagos preocupados por su propia holganza. No todos los espectadores son tontos. Las rubias tampoco son tontas (de hecho, muchas rubias no son realmente rubias). No todos los asturianos son afables, ni todos los pucelanos son fríos.

¡No a las etiquetas! ¡A los prejuicios y diagnósticos simplones! Que la vida es sutil, compleja, y las personas somos diferentes y llenas de peculiaridades.

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