«Todos los curas son pederastas», «todos los musulmanes son yihadistas», «todos los políticos son corruptos», «todos los inmigrantes son violentos, vienen a quitarnos el trabajo y viven de nuestras ayudas»… Son solo algunos de los muchos tópicos y generalizaciones que escuchamos e incluso algunos sufrimos casi a diario.

Es cierto que es humano tender a meter en el mismo saco a todas las personas de un colectivo, tomar el todo por la parte, generalizar y culpabilizar a muchos del mal cometido por algunos. Pero no es menos humano saber discernir y diferenciar a aquellos que hacen las cosas mal, generando con sus acciones dolor e injusticias, de otros que, con buena voluntad tratan de vivir lo más humana y coherentemente que sus fuerzas o recursos se lo permiten.

En todo ello, de nuevo Jesús fue un maestro. Su mirada sabía bien lo que había en el interior de las personas. Era duro con aquellos que hacían el mal y no tenían intención de cambiar de vida, acogedor con los que, arrepentidos, reparaban sus daños y se disponían a vivir una vida nueva, admiraba los gestos generosos, sencillos y discretos de los que se esforzaban por hacer el bien. Jesús sabía mirar y por eso sus juicios eran mucho más justos y acertados que nuestras generalizaciones.

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