Ayer Pau Gasol recibió el reconocimiento que merecía. Por si aún le quedaban títulos por ganar, los Lakers le rindieron otro homenaje retirando su dorsal número 16, algo a la altura de tan sólo unos pocos como Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar, Wilt Chamberlain, Jerry West, Shaquille O’Neal, James Worthy o, por supuesto, Kobe Bryant. Es la consagración de una leyenda, y la entrada en la puerta de la eternidad de este deporte.
Podríamos hablar de sus títulos, de su calidad, de su humildad y hasta de la altura de su discurso en este homenaje. Sin embargo, este reconocimiento y la liturgia del baloncesto, hablan de un anhelo profundo del ser humano. Todos necesitamos trascender nuestra propia existencia. Es decir, dejar una huella en el mundo, querer traspasar nuestros límites humanos. Es algo más que la fama o el reconocimiento, es el deseo de existir para siempre, en la eternidad.
El deporte no deja de ser un reflejo de lo que es el ser humano, como si fuera un pequeño laboratorio de masas con muchos millones de euros en juego. Aunque cueste creerlo, pasará los Lakers y pasarán el baloncesto. No obstante, cada uno de nosotros ha de preguntarse qué hace para trascender los límites de su existencia e intentar que su nombre quede grabado para siempre en la eternidad. Al fin y al cabo, la existencia nos la jugamos en algo más grande, profundo y serio que las canchas de baloncesto.