Con esto del Open de Australia, son muchas las noticias sobre tenis y tenistas que se cuentan en los noticieros. Al margen del caso Djokovic, el otro día contaron una que me sorprendió. Resulta que Rafa Nadal padece el síndrome de Müller-Weiss, una lesión incurable que aguanta desde el comienzo de su carrera. Esto le ha hecho tener que jugar siempre con molestias, e incluso con dolor.

Si ya he admirado de siempre a Nadal por su esfuerzo, disciplina y sencillez, ahora lo admiro más. Es increíble que una persona pueda jugar y ganar tantos torneos soportando un dolor como el que le produce semejante lesión. Eso demuestra fortaleza (por no rendirse a pesar del malestar) y humildad (asumir su lesión y no aprovecharse de ella para hacerse la víctima ni justificar nada). Esto me lleva a pensar en los «Nadales» que existen y que nos caen tan cerca. Esas personas que, día a día, libran una batalla de la que muchos no tenemos ni idea.

Están aquellos que se encuentran cansados de trabajos que les tienen explotados y a los que no pueden renunciar porque de él dependen para llevar una vida más o menos digna. O aquellos que no tienen trabajo, pero cada mañana se levantan para seguir llamando a puertas, esperando que ese día sea «su día». Y luego están los que tienen trabajo y buen sueldo, pero, absorbidos por el estrés y el “querer más”, perdieron la ilusión, dejando que la inercia se apodere de sus vidas.

Hay quienes guerrean con una enfermedad que les puso patas arriba la vida, que los enfrentó al dolor (en incluso a la muerte); «soldados» que abandonaron trincheras en las que guarecerse para pasar al frente; que cambiaron la autocompasión y el desánimo por un sí a la vida que les hace luchar a diario sin tregua. También están los que conviven con enfermedades no tan graves, pero que les supone una cruz. Esos que han abrazado lo que son y lo que viven, y han decidido convertirlo en compañero de camino más que en enemigo.
Y los que viven con el corazón roto, o conviven con la soledad; los que tienen que tienen que buscarse cada día el pan, porque cada noche se les agota; los que a diario tienen que pelear para no volver a caer en aquella adicción que les destruyó; los que viven en la calle y, a pesar de todo, tratan de «arreglar» con viejos colchones, cajas y mantas «su rinconcito» para que pueda recordarles a un hogar; los que lloran a escondidas sin encontrar consuelo; los que ansían ser perdonados, y los que desean perdonar y no pueden…

Todo esto me recuerda a mi experiencia como acompañante de jóvenes en el Camino de Santiago. Recuerdo a los adolescentes quejarse y querer hacer la etapa en taxi porque les dolía la espalda por la mochila, o les habían salido ampollas en los pies o tenían frío. De aquello aprendí que el que anda, no anda porque no le duela nada. Anda porque, a pesar de lo que le duele, es capaz de seguir adelante.

Pues sí, Rafa Nadal hay uno solo, pero «Nadales» hay tantos… Hay silencios llenos de lucha, llenos de una fe recia y una esperanza a prueba de derrumbes. «Hay personas-libro» que dan grandes y hermosísimas lecciones. Así que, Señor, tú que viniste a hacer que los ciegos vean y que los sordos oigan, ayúdanos a percibir estos gritos callados; a ser cuidado, caricia y casa de acogida.

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