Esto que nosotros entendemos actualmente por familia numerosa (un matrimonio con tres hijos) es un chiste al lado de lo que Kristina Ozturk, una influencer de 23 años, y su rico marido, Galip, han logrado en un año: tener 20 hijos. Sí, sí. 20. Ni uno menos. Por gestación subrogada, por supuesto. Y presumen de que quieren tener más… ¡Hasta 100, dicen! No sé yo si lo que quieren es formar una gran familia o fundar un nuevo colegio.
Lograr este número les ha costado la friolera de unos 9000 euros por cada gestación, aparte de la manutención semanal, que asciende a unos 5000 euros, y la contratación de 16 niñeras internas (más de 70.000 euros al año). Los felices y prolíficos padres han publicado en las redes una foto con todos sus hijos y el listado de sus nombres y fechas de nacimiento. Porque, claro, ¿cómo no publicar en redes, con todo detalle, semejante situación?
Está claro que el problema del dinero, tan presente entre los motivos por los que hoy las parejas tienen pocos hijos, o no los tienen, no es el de esta pareja. Pero hay otras cosas muy importantes también que uno debe tener presente cuando se plantea algo tan importante como tener hijos.
Lo primero es tener la certeza de que se la va a poder dedicar tiempo, concretamente el de toda tu vida. Un hijo no es un objeto que podemos adquirir porque un día se nos antojó, y luego lo arrinconamos porque se nos pasaron las ganas y queremos recuperar la vida que teníamos. Un hijo es un ser humano que una pareja (o una persona) toma a su cargo para siempre. No se toman vacaciones de los hijos, ni descansos, ni recesos, ni parones. Es un compromiso que se asume a tiempo completo, para siempre. Ante esto, imagino que la pregunta que uno se hace cuando se plantea la maternidad/paternidad es: ¿estoy preparado? ¿Soy consciente de que ya no pensaré en primera persona del singular? ¿Dispongo de los medios (no solo materiales) y de las fuerzas para asegurarle estabilidad, seguridad, protección, atención, dedicación, educación…? En definitiva, ¿seré capaz de proporcionar amor del bueno que dé lugar a personas sanas, equilibradas y capaces de dar a otros también amor del bueno? ¿Es esta llamada del reloj biológico, que me pide responder con inmediatez al instinto reproductor, algo con vocación de permanencia y de entrega plena?
Como la cosa va de darse enteramente y para siempre, la pregunta del número de hijos pasa a ser algo que solo la pareja (o la persona), si es honesta, sabrá responderse con sinceridad y coherencia. En ello creo que consiste la planificación familiar: en saber ser responsable y reconocer los propios límites para que aquellos a los que se va a criar no encuentren límites en el amor y el cuidado que van a recibir. Por ello, preguntar a las parejas la típica pregunta de: «¿para cuándo la parejita?», o «ya habréis mandado a por el siguiente, ¿no?» me ha parecido siempre una indiscreción de las gordas. Los implicados, desde el deseo de garantizar a su prole una vida digna, sabrán responder comprometidamente.
Así que no seré yo la que juzgue si esta pareja de la que he hablado al principio del artículo ha hecho bien o no en su forma de afrontar la formación de una familia. Solo espero que su decisión no sea fruto solo del hecho de que económicamente pueden. A estas alturas ya sabemos de sobra que el dinero no lo puede todo.