Enamórate es un famoso escrito sobre las implicaciones del amor en la práctica o en las múltiples dimensiones de la vida. Ese amor, en quien reconocemos a Dios mismo, terminará por decidir «…lo que te saca de la cama en la mañana, lo que haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud».

Agregando cosas a la lista, me pregunto cómo el amor podría decidir lo que hago, sigo y publico en redes sociales. Y es que, considerando lo práctico que es el amor, también mi/s perfil/es tendría/n que reflejarlo, ¿no? Sin embargo, a veces terminamos reflejando allí (abierta o disimuladamente) fenómenos distantes del verdadero amor: culto exagerado al ego, obsesión por la apariencia física, superficialidad, juicios infundados, concesión retributiva de «me gusta» o «me encanta» (que no doy si no recibo), inseguridad por la falta de seguidores o reacciones, máscaras, baja autoestima…

No se trata por supuesto de satanizar redes sociales, selfis, reels, memes, historias y demás. Tampoco se trata de dar un decálogo de normas rígidas en un mundo con fronteras aún más difusas. Se trata más bien de una invitación al discernimiento y a la libertad personales a partir de simples preguntas: ¿cuánto reflejan mis redes aquello que más amo? ¿cómo de libre soy de mí mismo, de la aceptación o del rechazo ajeno? ¿cuánto tanto me ayuda a mí y a los otros lo que publico, comento, reacciono? ¿hasta qué punto mi modo de interactuar virtualmente construye o confunde mis relaciones y amistades del mundo real?

¿Cuánto vale la pena permanecer en las redes considerando sus riesgos y oportunidades? Sin importar la decisión, recuerda que «nada puede importar más que encontrar a Dios…» Por eso, con o sin redes, con o sin ❤ o ? «¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! y todo será de otra manera».

 

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