Muchas veces cuando comenzamos a experimentar las cosas del amor, casi todo sucede en línea. Comienza con un me gusta, sigue con un chat. Entonces hablemos del fenómeno virtual en el mundo afectivo. Más particularmente en las relaciones amorosas que nacen, se crean o se sostienen en la red. Creo que asistimos a una innegable construcción. Está entre nosotros y nos atraviesa. El gesto más cariñoso puede expresarse en un mensaje y la indiferencia más fría puede sentirse en el silencio de un ‘visto’. La palabra puede tener una fuerza poderosa para armar o desarmar un vínculo cuando cliqueamos ‘enviar’. Señales con una fuerza imparable que cuelgan las relaciones en la nube y nos atrapan en un mundo afectivo potencialmente imaginario donde casi todo es posible.
Pero ¿que sucede con el amor? Él necesita expresarse realmente. Los sentidos (ver, tocar, gustar, oír, oler) son las puertas que abren a los afectos. Son las primeras ‘palabras’ de nuestro lenguaje afectivo.
El deseo de amar a un otro de carne y hueso distinto de mí implica salir de lo virtual para entrar en el mundo real del corazón humano. Donde las emociones y los afectos no son sólo ilusiones. Allí la frustración –esa experiencia de que las cosas no suceden como las imaginamos, nos incómoda– nos entristece. En el corazón nos encontramos heridos y vulnerables, pero también dignos y capaces de amar y ser amados. Allí, en lo escondido y profundo del corazón que se deja tocar por el amor aparece nuestra verdadera identidad. Allí se da lo posible, que alguna vez quizás sea doloroso.
¡Anímate! A cruzar la frontera de la red. A asumir el desafío y la construcción del amor humano.
Es verdad: puede ser más trabajoso. Puede ser más largo. Porque las relaciones necesitan tiempo, lugares, gestos. Necesitan de lo real.