Los rumores en torno a la conocida red social que ha comprado el multimillonario Elon Musk han dado pie a que se desborde la creatividad de muchos que se lo han tomado a guasa, inventando ingeniosas despedidas y chanzas de todo tipo. Ya sabemos que todo lo que sucede –si tal verbo encaja en lo que es mero artificio virtual– en las redes sociales hay que tamizarlo por el cernidor de la ironía y la perspicacia, pero por eso mismo encierra enseñanzas muy útiles.
«Agobiadísimo porque he basado parte de mi personalidad reciente en esta red social», dejó escrito, evidentemente con sorna, alguien en esas horas convulsas en que parecía que el mundo del pajarito azul iba a acabarse y, con él, los gorjeos. Solo que, despojada del sarcasmo que llevaba, la frase en cuestión da que pensar y mucho.
Nos han hecho creer –y nosotros, gustosamente hemos aceptado sin pestañear– que había que proyectarse en las redes sociales y hacer de nuestra presencia una imagen personal que caminara por delante de nosotros a modo de heraldo. Soy el que soy (aun con el eco del Sinaí abrumando) pero es así como quiero aparecer en las redes sociales. Nada nuevo, por otro lado, porque siempre intentamos presentar nuestra mejor cara en el trato con los demás. La diferencia estriba en que en las relaciones sociales virtuales, resulta mucho más difícil desenmascaramos. Y de eso nos beneficiamos para construir una imagen personal a nuestro antojo.
Antes he aludido al Dios grande del Sinaí ante el que es imposible mostrarse con veladuras, esconderse tras la impostura de una imagen prefabricada de nosotros mismos, sino descalzo y humillado ante su enormidad. Ante Dios poco importa la personalidad que hayamos construido porque te sondea y te conoce cuando te sientas y cuando te levantas, cuando estás de camino o descansas, en el cielo y en el abismo. Te sondea y te conoce tal como eres. ¿Aún no te has dado cuenta de que no puedes conectar con la brisa que sorprendió a Elías en ninguna red social?