Ocho de la mañana. El día ya ha amanecido y el sol comienza a azotar con fuerza las aceras. Decenas de personas se congregan en la parroquia de “El Carmen”, en Santa Tecla, para acudir puntuales a la Eucaristía diaria del Padre Tojeira sj. Después, le rodean, le abrazan, reclaman que les bendiga e incluso se acercan a él para pedirle fotografías. Cualquiera podría advertir que lo que se observa se aleja de la normalidad.
Tojeira se toma su tiempo, no en vano le llaman “el jesuita tranquilo”, platica con los feligreses y jamás abandona su cara una ligera sonrisa. Pareciera como si el abrazo fuese su posición natural. Si alguien volviese a preguntar eso que se dijo en la Congregación General 33: ¿qué significa hoy ser jesuita? Uno podría ejemplificar la respuesta nombrándolo a él.
José María Tojeira sj, vigués de nacimiento pero salvadoreño de adopción, entregó su vida a Dios y a los demás. Luchador incansable por la justicia y los derechos humanos fue, entre otras muchas cosas, provincial de la Compañía en Centroamérica, rector de la UCA y director del Idhuca. Bajo el estandarte de la cruz, el de la alegría, la misericordia y la esperanza; defendió hasta el último día a los pobres y oprimidos, y alzó su voz frente a las tiranías centroamericanas.
Hace tan sólo tres semanas celebrábamos en El Salvador el cuarenta aniversario del Idhuca y me preguntaba preocupado por los incendios que asolaban nuestra tierra gallega. Venciendo la timidez de la primera vez, aquella mañana en Santa Tecla, le pedí una fotografía que no sabía a última vez. José María Tojeira sj es, siguiendo la célebre cita de Bertolt Brecht, un imprescindible. Me niego a hablar en pasado de quién vive.