Los grandes maestros tienen en común que ayudan a los alumnos a aprender significados. No fórmulas generales, sino sentidos, orientaciones, visiones de conjunto. Para eso, efectivamente, hacen falta muchas herramientas y horas de trabajo concreto. Pero el resultado final, cuando uno además ha tomado conciencia del camino realizado, resulta esperanzador. Lo primero de lo que se alegra un alumno es de haber aprendido.
Cuando hablamos de Iglesia, ¿en qué Iglesia ayudamos a pensar hoy? Fácilmente se enfatiza en los medios el conflicto, el escándalo, el obstáculo para la fe. En el Evangelio mismo está presente, con mucha dureza, ese aviso. ¿Dónde queda la luz, la guía, la comunidad, la entrega en la misión? ¿Tenemos presente que este es el auténtico rostro de este pueblo que camina unido, no sin dificultad? ¿Se traslada a la gente que es espacio de salvación, que es lugar de reconciliación con Dios y de vivencia de una humanidad plena? ¿Comunicamos la doble alegría de la filiación y la fraternidad?
Este sería un cambio enorme en la evangelización. Recordando la primera incursión del cristianismo en el imperio romano, brillaron por el amor que las comunidades desprendían. ¡Mirad cómo se aman! ¡Mirad cuánta comunión! ¡Mirad la fortaleza y consistencia de sus vidas reunidas!
En nuestro tiempo, la comunidad resulta provocadora y testimonial. La humanidad clama de nuevo por sus fuentes de pertenencia, por relaciones auténticas en las que liberarse del peso de la cultura posmoderna, por abrir espacios donde sea posible la verdad y el bien en lo concreto, en la atención y preocupación mutua, en la palabra cordial.