Una de las Preferencias Apostólicas Universales de la Compañía de Jesús nos invita a caminar con los excluidos. Caminar junto a los pobres, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad en una misión de reconciliación y justicia. Cuando escucho esto, o lo leo y contemplo mi realidad, siento la necesidad de ir hacia los excluidos que me rodean. Esos que tienen rostro, tienen nombre y tienen hambre y sed.
Toca aclarar la vista para que no se nos escapen aquellos que, en la frontera, estamos llamados a servir. El alumno invisible que pasa desapercibido, nunca molesta, nunca destaca. Al llamarlo por su nombre recobra su esencia.
Los padres que se despiden del hijo que querían tener y se dan de bruces con el que realmente tienen. Piden auxilio para recibirlo de nuevo.
El compañero que se deja llevar por la rutina y la arrastra como arrastra sus pies, ha olvidado sus posibilidades. Toca a tu puerta con la esperanza de que abrillantes su vocación porque ya no la encuentra.
Los jóvenes gastados, cansados, con todo clicado, hartos de tanta experiencia. Reclaman, como pueden, volver a lo Humano.
Los niños que no aprenden porque no pueden. Merecen un puente que les facilite estar en clase sin parecer un estorbo.
Las decisiones enrocadas, enmarañadas en algo del pasado que buscan una ventana abierta de aire renovado con el aroma imperecedero de lo que somos.
Ahí está la frontera y ahí nosotros llamados a ser nombre, auxilio, brillo, humano, puente, aire. Pidamos la gracia suficiente para acudir con el gesto y la palabra oportuna.