Me considero educador, y pienso que es un sustantivo que suscita cierta responsabilidad, incluso sensación de camino inconcluso. Además si añadimos que soy tutor y pastoralista, el camino se vuelve casi infinito: programaciones, reuniones, objetivos, referencias, proyectos pedagógicos inabarcables … 

Aunque en mi experiencia, hay ciertos asideros que ayudan a simplificar la tarea educativa, y que ayudan a encontrar ciertas luces de verdad. Luces que muchas veces huyen de los focos de las redes y de los boletines de comunicación. Luces que se escapan de los proyectos premiados y jurados afamados que otorgan premios a las buenas prácticas, a veces incluso con ciertas dudas de su tangibilidad en una calidad institucional.

Estos asideros a los que me refiero, son los rostros de Dios que la gente de mi edad colecciona por docenas, cada vez que se nos cruza un archivo antiguo o una libreta de anotaciones de hace un par de cursos, alumnos y alumnas que pasaron por mi vida y que sin duda no atendí lo suficiente. Y sin embargo encontré la comprensión del diálogo cercano que me concedieron, encuentros plagados de situaciones rotas por la burocracia legal o por la economía injusta (que solo da al que tiene), situaciones complejas en las relaciones personales y de familia, aderezadas por apuntes de enfermedades mentales, aun no totalmente descritas, y tan habituales en los tiempos que nos está tocando vivir.

Estos rostros de hombres y mujeres de la FP, son los que permiten cerrar y dar sentido a tanta documentación y horas de reunión, ojalá mis esfuerzos no se pierdan demasiado y sepa encontrar ese rostro sincero y grato de Dios, marcado en cada cara, de cada estudiante.

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