La gente piensa que estoy atrapado, lo que no saben es que yo sí sé lo que es la vida. La vida no es nada, los que piensan que por trabajar más van a tener algo, o van a terminar mejor… no tienen ni idea. La vida es un segundo, un instante de paz o de fiesta, eso es lo más que se puede llegar a conseguir. Y yo lo busco y lo encuentro muchos días. Y por eso a cualquier hora tengo esa sensación de deseo, de llegar allí. Nada importa más que eso, alguien me puede estar hablando, pero mi cabeza únicamente piensa en aquello que poco a poco ha ido metiéndose en cada parte de mí, algo que ni puedo ni quiero hacer desaparecer, yo soy eso. Puede parecer que me está haciendo daño porque me separa del resto, me aísla. Pero qué importa eso… acaso toda esa gente ha hecho algo por mí, se ha preocupado en algún momento, cuántos fueron a verme cuando estaba encerrado y cuántos de estos que ahora se aparatan aplaudieron la primera vez que consumí.

Al escuchar historias de personas que están intentando salir de sus adicciones me imagino que, hasta que tocaron fondo, algo de esto debió de estar en su cabeza, lo que les permitía justificar la agresividad, las conductas, la adicción, los delitos. Es impresionante acercarse a alguien que se está recobrándose de una adicción, porque es contemplar a una persona que se está reconstruyendo y volviendo a la vida. Vuelve a tener una segunda oportunidad con su familia, especialmente con sus hijos, vuelve a tomar las riendas de su cuerpo y por ello a cuidarlo. Y cambia su punto de sentido, dándole valor a todo, quizás porque había algo que por muy destruido que estuviera no había desaparecido nunca, Dios habitándole.