Está claro que no basta con quedarse en casa. Parece que la gracia del asunto está en demostrar que lo estás y que además no estás muriendo en el intento sino que hasta estás pudiendo aprender algo de ello. Vídeos, mensajes, hashtags, fotos… todo vale con tal de dejarle bien claro a todo el mundo que tú eres una persona responsable, solidaria, que sabe velar por el bien común y que está recibiendo una gran lección que le ha venido impuesta pero que ha sido capaz de acoger con calma y tranquilidad.
Siempre me ha llamado la atención del Evangelio de hoy el significado tan diferente con que emplean el término ‘agua’ Jesús y la samaritana. Cuando la samaritana se refiere al agua, habla del agua física, la que está al fondo del pozo que, ciertamente, es demasiado hondo como para poder sacarla. Un agua que bien puede aliviar la sed originada del sofocante calor de la hora sexta, pero nada más. El agua de Jesús, sin embargo, no tiene nada que ver con el agua de la samaritana. Él se refiere a un Agua Viva que sacia la sed para siempre. Son significados muy distintos. Pero quien lee la historia empatiza con la samaritana y entiende que pueda confundirse. De hecho, sorprendería si entendiera a Jesús a la primera, pues no ha tenido con Él un encuentro previo.
Los que nos decimos llamar cristianos lo hacemos porque hemos tenido un encuentro personal con Jesús que nos ha transformado la vida y a partir del cual hemos ido descubriendo –o, vamos descubriendo– poco a poco, esa Agua Viva que sacia nuestra sed.
Si algo está quedando en evidencia durante estos días de confinamiento es que el ser humano tiene sed. Ya sabíamos de sobra antes del COVID-19 que el ser humano tiene sed de dinero, de poder, de avaricia, de exclusividad, de fama… pero ahora estamos descubriendo el ser humano que no es tan malo como pensábamos. Ha quedado demostrado que también tiene sed de solidaridad, de unión, de armonía, de agradecimiento real… Ha costado llegar a destapar esta faceta de la persona. Pero nos está gustando hacerlo. Nos estamos empezando a sentir orgullosos de lo que podemos llegar a ser cuando las cosas se tuercen. Sin minimizar la gravedad del asunto, hay quien incluso está reconociendo en esta crisis una oportunidad de cambio, de mejora a nivel global, como sociedad.
¿Cuál es el peligro que corremos los creyentes en todo este asunto? Acabar bebiendo del agua de la samaritana. Hacer porque toca hacerlo, porque queda bien, o porque todos lo hacen y se ha convertido en moda. ¿Qué pasaría si además de estar confinados no tuviéramos acceso a internet y no pudiéramos publicar nada de lo que hacemos? ¿Seguiríamos haciendo esa receta que tanto tiempo llevábamos esperando hacer? ¿Seguiríamos aprovechando para hacer mindfullness, yoga y ejercicios de relajación? ¿Seguiríamos haciendo que nuestros pequeños dibujaran arco iris con mensajes motivadores? ¿Seguiríamos prestándonos voluntarios para hacerles la compra a las personas mayores? Quiero creer que sí. Aunque intuyo que quizá la motivación que nos llevara a hacerlo sería más honesta, más pura, más auténtica… más Agua Viva.
Y por último: con esto del coronavirus ¿no estábamos aprendiendo que se puede vivir sin ser productivos, sin estar haciendo cosas constantemente? ¿Por qué nos seguimos empeñando, entonces, en llenar nuestros días con agua de la del pozo que llene nuestra sed sólo momentáneamente? Si esta tarde hubiese tenido que hacer todos los planes virtuales que me han llegado por WhatssApp, no habría tenido tiempo para todos ellos: concierto en directo de un grupo de jazz y uno de rock; cuenta cuentos infantiles; curso de iniciación al pilates y la meditación; vídeos con recetas de cocina, y tres videollamadas grupales.
Incluso en cuarentena, en medio del aparente desierto en que nos encontramos, podemos decidir seguir bebiendo del agua del pozo. Podemos seguir ocupando nuestras agendas, estableciendo horarios y rutinas, vivir buscando distracciones que nos eviten encontrarnos frente a nosotros mismos y frente a Dios. Pero también podemos dejar paso al Agua Viva. Es mucho más discreta, hace menos ruido. Pero quizá sea este un buen momento para comprobar si realmente nos sacia.