O al menos eso hubieran querido ahora mismo los británicos: que se monte el pollo (y otros muchos alimentos), pero en los camiones, y se llenen con ello los supermercados y las despensas de las casas.
Este chascarrillo (sí, lo reconozco, no ha sido muy gracioso) me sirve para comentar el siguiente titular: «La industria alimentaria británica advierte: la falta de comida en Reino Unido va a ser ‘permanente’». Según el artículo, «la falta de camioneros y las barreras aduaneras creadas por el Brexit han destruido el sistema ‘justo a tiempo’ en el que los comercios podían pedir nuevos cargamentos de productos el día antes de que se agotaran sus reservas». Vamos, que se les acabó el poder resolver «de un día para otro». El Brexit les obliga a tener que planificar con tiempo el abastecimiento de sus tiendas para no llegar a la situación que han llegado, y la gente esté como loca comprando en este mes de octubre el pavo que preven que no van a tener en Navidad.
A mí este tema me hace reflexionar en los riesgos de «querer ir por libre». No son buenos tiempos para la lírica, como decía la canción, y hablar de propósitos bonitos y poéticos como «la unión hace la fuerza» o «juntos podemos más» no es aconsejable sin que salten las costuras y nos enzarcemos en debates políticos que terminan, la mayoría de las veces, muy mal. En un mundo en que se tiende a la globalización gracias a las telecomunicaciones y las tecnologías de la información, son varias las sociedades que buscan separarse, hacer su propio camino. Nos pueden más las ideologías que la comunión, el miedo a que nos «roben lo nuestro» que el miedo a la soledad, esa por la que uno opta cuando decide marcharse de ‘casa’. El «divide y vencerás» ya no asusta, porque quien se separa, quien busca la división, precisamente cree que ahí es donde está su libertad y su ganancia. Fortalecemos fronteras o las levantamos donde no las hay, porque ahora creemos más en ellas, nos fiamos más de ellas, que de las personas que están al otro lado.
No puedo evitar pensar en las palabras de mi admirado Carl Sagan, astrofísico estadounidense. En su reflexión acerca de la última foto que lanzó la sonda Voyager 1 cuando se encontraba a 6000 millones de kilómetros, nuestro planeta aparece como un «pequeño punto azul pálido», perdido en la inmensidad del espacio. Y en ese punto solitario, como dijo Sagan, residen todas nuestras pasiones, nuestros odios, nuestras guerras, nuestras victorias. Ahí residen todas nuestras miserias y nuestras grandezas. Fuera de ahí, de la Tierra, no hay nada. Ni siquiera somos ruido, pues en el vacío el sonido no viaja.
A mí esta imagen me acompaña mucho en mi día a día. Siempre que veo este tipo de noticias, que veo lo que ocurre en el mundo, o en mi entorno más cercano… siempre vuelvo a la sonda Voyager (como si yo hubiera hecho esa foto) y me obligo a contemplar lo que somos. Y no es que eso me haga relativizar ni quitar importancia a lo que hacemos como humanidad, sea bueno o malo. Lo que me hace pensar es que solo nos tenemos a nosotros. Sí, muchos creemos en Dios, o en una alteridad que nos acompaña. Eso ayuda mucho, la verdad. Pero, con respecto a nosotros como conjunto de seres vivos, estamos solos. Fuera de nuestro planeta, ¿a dónde vamos a acudir cuando aquí ya la vida sea insostenible? Solo nos tenemos los unos a los otros. Y ojalá eso nos resultara suficiente.