Para el entrenador el deportista es lo más importante. Por eso ahí está siempre, detrás de todos nosotros. Apoyando, animando, sosteniendo a todo el grupo. Su felicidad está ligada a la nuestra, así lo quiso al decidirse por nosotros. Su trabajo pasa por que cada uno cumpla su misión por el bien de todos. Que estemos bien para que hagamos mejores a los de alrededor. Sus palabras y ejemplo alimentan e inspiran. Sin ellas sería imposible salir a jugar el partido con posibilidades de vencer.
La relación entre entrenador y jugador, y entre todo el equipo, es de comunión. Con él jugamos distinto. Marcamos la diferencia. Estamos revolucionando todo porque lo que trae es atractivo y sencillo a la vez. Es para todos. Saca lo mejor de cada uno. No se podría entender tanto derroche de esfuerzo, de ganas, de alegría, de sacrificio por parte del equipo si no estuviéramos arropados por él. No se trata de que tengamos mucho dinero o que seamos perfectos. Se trata de pertenecer, de quererse. El presupuesto se termina cuando pita el árbitro, y ahí entran el corazón y la ilusión. Como nos suele recordar, el corazón siempre vence al presupuesto.
El reto lo pide todo. Y el entrenador así nos lo hace ver. Hay que tener fe, hay que tener convicción, hay que tener coraje, hay que asumir ciertos desafíos, porque el que no asume no arriesga, y el que no arriesga, no gana.
El míster también nos necesita. Es imposible que salga algo bueno si cada uno no está cumpliendo con su vocación, si no jugamos como un verdadero conjunto. Si estamos bajos de forma o faltos de concentración, el entrenador está cerca, se involucra más. Y él está especialmente cariñoso y atento con estos jugadores, totalmente volcado.
Cuando todos nos vamos a casa después de entrenar o al final del partido, ahí sigue él. Noches, madrugadas, vídeos de los contrarios, posibles soluciones, atención a los lesionados… Continuamente encima para que todos crezcamos, para que nadie se quede fuera del equipo, para que el rival no nos pille por sorpresa y para que su sistema siga expandiéndose por todas partes, incluso cuando sus jugadores descansan.
Juguemos bien o mal, nos sintamos como nos sintamos, siempre es buena hora para estar cerca. Con él, nunca solos. Gracias, míster.