La serie Cuéntame cómo pasó ha anunciado su final definitivo. Ayer tras 23 temporadas, la serie echa el cierre. Se acabaron los paseos por nuestra historia. Se acabó acompañar a sus protagonistas y sus andanzas semana tras semana. Muchos se habrán identificado con los hijos en la búsqueda de sus propios caminos. Otros, con Antonio y su deseo de progresar en la vida. Otras, con Merche y su lucha por empezar a ser algo más que hija, madre y esposa. Otros, con Herminia y su perplejidad ante el paso del tiempo…
Suelo entender la frase «el fin de una era» como que «algo que ha supuesto una bandera o una insignia para muchos» se acaba, dejándonos sin referentes. La pronuncié cuando se anunció el divorcio de Meryl Streep (¿el fin de la fe en el amor para toda la vida en Hollywood?) o cuando me leí del tirón la trilogía Millennium (¿qué voy a leer ahora que me vuelva a enganchar igual?). Menciono estos ejemplos poco enjundiosos, pero lo aplico también a asuntos más profundos.
El fin de Cuéntame cómo pasó también supone el fin de una era. Una era que implicaba cierta rutina conocida y necesaria; una era en la que hemos crecido a la par que los protagonistas de la serie, implicándonos en sus alegrías y sus luchas. Parece una tontería, o una frivolidad (al fin y al cabo, hablamos de una serie de televisión), pero no lo es. Y no lo es porque está tan incorporada en nuestras vidas que perderla es como si, de repente, el viento soplara hacia otro lado y no sabes muy bien cómo manejar la barca.
Hay cosas que, incomprensiblemente, se quedan a vivir dentro de nosotros, y todo lo relacionado con ellas nos agita fuertemente. Quizás, en palabras de un psicólogo, podría decirse que «proyectamos en ellas algo». No entendemos por qué ocurren, pero ocurren, nos ocurren.
Quizás esto les suceda ahora a los que han seguido fielmente la serie Cuéntame y van a ser testigos de su fin. No se preocupen, no les pasa nada. No son unos superficiales ni unos cursis. Simplemente están vivos…y la vida tiene ese riesgo: que sientes.