Hace ya algunas unas semanas terminé la serie Las de la última fila. El planteamiento era este: cinco amigas desde la infancia; una tiene cáncer, pero no sabemos quién es; a las puertas de la quimio, deciden irse de vacaciones juntas; la perspectiva de la enfermedad –con todos sus interrogantes– da lugar a un reto: cada una escribe en una hoja un deseo oculto, y todas deben cumplirlo. Conforme pasan los días, los papelitos se van descubriendo: una quiere ‘probar’ con otra mujer, otra tomar alguna droga juntas, robar algo en una tienda…

Me acuerdo de esta serie ahora que va terminando el Tiempo Ordinario en la Iglesia, y las lecturas de los domingos nos hablan mucho del ‘final’. Porque la pregunta de fondo de la serie tiene bastante que ver; un poco como la de «¿Qué tres cosas te llevarías a una isla desierta?» Juegos, vaya, para reflexionar sobre lo que es importante, planteándonos qué haríamos «ante el final». Y la respuesta de la serie tiene, en realidad, mucho sentido, aunque los retos nos parezcan bastante superficiales: ante el final, haría «lo que me falta». También podría ser que nos faltase decirle «te quiero» a alguien, o pedir perdón a otra, o pasar más tiempo con algún ser querido.

En una de sus cartas, san Pablo reprocha a algunos tesalonicenses que hayan optado por no hacer nada: ante el ‘final’, se han echado «a la bartola». Total: si resucitaremos y descansaremos, ¿por qué no empezar ya? Cualquier esfuerzo es inútil. Resulta curioso, sin embargo, que Pablo diga que los que hacen esto viven ‘agitados’: no parece que sea una respuesta que dé paz. El apóstol recomienda seguir «trabajando tranquilamente». Perseverar, diría Jesús. Porque la cuestión es: ¿si hemos encontrado algo que da sentido a nuestra vida, por qué abandonarlo ante «el final»? ¿No se tratará de profundizar en ello? Santa Teresa de Lisieux concebía el cielo como un continuar haciendo el bien en la tierra. Allí seguiría trabajando, rezando.

Este juego –por desgracia a veces no tan ficticio– de situarnos ante el final, puede revelarnos aquello que en nuestra vida ya confiesa a Jesús, y ayudarnos a imaginar qué podrá querer decir, tras la muerte, que nuestra vida esté unida a la suya. A pensar –por qué no– en eso que nos falta, con él.

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