Vivimos una época de pasión por el autorretrato. Según los analistas, cada día la humanidad comparte un millón de selfis en la red. En este afán por convertir la propia experiencia en espectáculo, algunos están dispuestos a arriesgar su vida: se multiplican los accidentes mortales al perseguir una imagen impactante de uno mismo al borde de acantilados, en azoteas de rascacielos o rozando el abismo en cimas montañosas. La misma sed de atención se manifiesta en la primera persona de los blogs, las redes sociales o la telerrealidad. En medio de esta exuberancia, palabras como intimidad, reserva o discreción suenan antediluvianas y cobardes, y en cambio aplaudimos la presunta valentía de quien se lanza a exhibirse con más crudeza.
Frente a tantos obcecados perseguidores de la fama, el filósofo griego Crates de Tebas renunció a su elevada posición social y repartió sus riquezas para llevar una vida sencilla con lo mínimo indispensable. Su hallazgo consistió en dejar de contemplarse a sí mismo a fin de recuperar la libertad interior y la osadía de pensar. En cierta ocasión escribió: «Mi patria es la pobreza y el anonimato». Para este antiguo disidente, reivindicar la fecundidad del secreto y rebelarse contra el exhibicionismo podían ser formas de resistencia, quizá más que nunca en esta sociedad narcisista e impaciente del yo y del ya.
Irene Vallejo, Alguien habló de nosotros