Quizás porque parte de la ayuda de la Iglesia europea a otros países se canaliza a través de oenegés. O porque ahora España es tierra de misión y surgen vocaciones nativas. O porque el mundo perdió hace tiempo una narrativa épica y ambiciosa. O porque los medios de comunicación solo les recuerdan cuando hay una catástrofe, evacuan a todos los extranjeros y ellos deciden quedarse al pie del cañón. Sin embargo, hoy más que nunca el Domund sigue siendo importante en nuestra iglesia, porque nos recuerda nuestra más pura esencia. Porque los cristianos, o somos misioneros o no somos.

Como jesuita y como cristiano es uno de los grandes regalos que he podido recibir: conocer compañeros que se dejan la vida en los confines del mundo anunciando una Buena Noticia que no les pertenece, pero también religiosas de rostro enjuto y corazón bravo, y sacerdotes que deciden vivir entre el barro y las chabolas. Sencillamente, porque sí, porque un día decidieron darlo todo, amando sin cálculos. Que viven con los pobres de forma austera, y que lejos de hablar de ideología te hablan de evangelio. También amigos -jesuitas y no jesuitas, jóvenes y no jóvenes- que entregan sus mejores años al servicio de la causa más noble de todas, y que se hacen todo a todos. Que no dudarían en dar la vida una y otra vez por Dios y por aquellos a quien les toca servir. Que sienten que su misión está en las fronteras del mundo, como lo hicieron san Francisco Javier sj, san José de Anchieta sj o san Pedro Claver sj hace ya unos cuantos años.

Quizás nuestro sitio no esté tan lejos, pero sí podremos rezar por ellos, recordarlos en la colecta o hacernos misioneros en la universidad. O preguntarnos qué quiere Dios de cada uno de nosotros. Y es que su ejemplo ha de seguir inspirándonos, como antorchas en medio de la noche. Porque hace falta gente que renuncie a sus sueños por seguir el plan de Dios. Valientes que amen la fe y la justicia, sin peros ni mediocridades. Misioneros que no tengan miedo de hablar de Dios y de servir a los más pobres, que vivan con auténtica pasión el Evangelio y que sientan cada día que Dios les susurra al oído “id, y haced discípulos a todas las naciones”.

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