Hace unos días me encontraba dando un taller con un buen amigo jesuita. En él presentábamos nuestra vocación, nuestra forma de vida, nuestros estudios y apostolados. En un momento dado, una mujer de las que asistían al mismo, nos interrumpió para decirnos que nuestra vida era admirable, porque éramos superhéroes del siglo XXI. Ante esta afirmación, yo me quedé en silencio, sin saber qué responder. Pero mi compañero contestó con gran naturalidad, diciendo que le parecía curioso que dijera eso, ya que era lo que él pensaba de su hermana: madre de tres hijos, trabajadora y comprometida seriamente con la Iglesia. A partir de ahí, comenzó una conversación en la que llegamos a la conclusión de que lo importante no era ser superhéroes o no, sino responder de verdad y con radicalidad a la vocación a la que Dios nos llama.
Curiosamente, pocos días después recibí el vídeo de la campaña del Domund de este año y vi con sorpresa que lanzaba la misma reflexión que nosotros sin saberlo habíamos tenido a raíz de un comentario espontáneo. Y es que, en realidad ser misionero es algo sencillo y espontáneo, pero a la vez serio y difícil. Porque implica responder a Dios en lo que nos pida. Para la mayoría de nosotros esto se hará en una realidad cotidiana y escondida, para algunos, esta invitación tendrá lugar en un contexto extraordinario y difícil. Pero tanto en un caso como en otro, no valen las mediocridades ni las medias tintas, sino que hay que intentar ser capaces de darlo todo por los demás. El reto es apasionante y difícil, pero nunca hay que olvidar que contamos con la ayuda de Dios para llevarlo a cabo.