Hace unos días he tenido una conversación interesante con jóvenes. En el contexto de la DANA, varias preguntas buscaban respuestas no fáciles de contestar. ¿Cuál es el verdadero sentido del servicio cristiano? ¿No se buscan a sí mismo todos esos que van a quitar barro y salen en las redes una y otra vez? (no es mía, lo prometo, es de ellos). Me parece muy bueno que alguien del continente digital tenga la capacidad de dejarse interrogar entre un narcisismo servicial o un cristiano que quiere ayudar. Estoy convencido que muchos han ido desde la nobleza de sumar y ayudar. No son estas palabras para juzgar.
La clave está en el Dios embarrado. Ante la tragedia, la muerte, la desesperación y la ira más descontrolada, parece que Dios no está, que se ha escondido para mirar de reojo cómo los hombres nos confrontamos con la naturaleza. No estoy de acuerdo. Dios está. Latiendo con fuerza en cada corazón que desea darse de sí. Aunque uno se busque a sí mismo, no debería estar reñido el ayudar a otros con satisfacción personal y crecimiento personal. Es entrega o búsqueda personal. ¿Por qué han de estar reñidos?
Dios nos re-mueve para la entrega y la solidaridad, para salir de nuestras zonas más cómodas. Emprender viajes para cansarse. Dejar lo conocido, para mancharse y esforzarse. Se han llamado los jóvenes de cristal y ahora de hierro, ¿y solo por esto? No sé si es del todo cierto. Dios tiene la capacidad de suscitar en nuestra conciencia el sentir de la compasión y de la entrega. De hacernos fuertes para amar y servir en todo. El Dios que se embarra, lo hace a través de nosotros. Así es nuestro Dios, complicarnos la vida desde las manos, el corazón y los pies. Poner en juego nuestras fuerzas y nuestras ganas de aliviar al que sufre.