Cuando Dios emerge en la historia, aparece entre nosotros, se hace persona, no elige ser un VIP, viajar en clase reservada, aislarse detrás de muros y alambradas o gozar de la protección de una cuenta corriente saneada. No viene protegido por ejércitos de guardaespaldas, ni asediado por los flashes de la prensa. Por no traer, ni siquiera trae un pan bajo el brazo. Viene, más bien, con unas cuantas preguntas para los que le rodean: ¿Cómo puede ser? ¿Qué sentido tiene todo esto?
Extraña forma de omnipotencia, la de este Dios transeúnte, que nace en la intemperie de un portal. Pero es la magnífica forma de Dios de acercarse al ser humano. Porque Dios se hizo pobre, frágil, vulnerable. Y por eso va a resultar tan creíble para los pobres, los frágiles y los vulnerables. No vino como un superhéroe, cargado de poderes y prebendas. Su fortaleza está en descubrir(nos) la grandeza del ser humano. El increíble poder del amor al prójimo, capaz de salvar todo tipo de distancias. Su fuerza está en devolver la esperanza a los desesperados, la dignidad a los desarrapados y la entereza a los más rotos.
Y por eso, porque se hizo uno de los nuestros, podemos ahora brindar, en expresión de alegría. Brindar con el agua viva, con el vino compartido, en una mesa en la que no debería haber comensales de segunda categoría. Un brindis que es deseo, compromiso y proyecto: escucharemos tus palabras, seguiremos tus pasos y buscaremos tu Reino.