Francia acaba de convertirse en el primer país del mundo en incluir en su Constitución el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. C´est à dire, el derecho al aborto, sin eufemismos. Algo que sorprende –y entristece al mismo tiempo– de una cultura y de un país que buscó con ímpetu la verdad, y que ahora confunde derechos con modas e ideologías, y considera que para defender una supuesta libertad, es preciso justificar la muerte, aunque sea de un no nacido –que según esto carece del derecho a vivir, siguiendo esa misma lógica– y se utilice otro nombre.

A mí, supongo que como a otra tanta mayoría silenciada, me surgen unas cuantas preguntas: ¿Quién es un parlamento para determinar que unas vidas valen más que otras? ¿No es acaso un fracaso para la sociedad que una mujer decida abortar –en vez de apoyarla como se debe–? ¿No resulta algo antinatural que una mujer acabe con el fruto de sus entrañas? ¿Cuánto hay de ideología y cuánto de pensamiento profundo y contrastado –y más si cabe para blindarlo en la Constitución–? ¿Cuáles son los límites de la libertad? ¿Quién va a proteger ahora los derechos de los más débiles de una sociedad –en este caso, los no nacidos–? ¿Dónde está el primum non nocere –lo primero no hacer daño– propio del espíritu galeno de la medicina? ¿Qué comprendemos por libertad, algo alejado del bien? ¿Los problemas se afrontan o se eliminan –en este caso, el «problema» es una vida humana–? ¿Quién defiende la vida si no lo hace el Estado? ¿Qué peso le otorgamos a la bioética en nuestro pensamiento occidental? ¿Es esta la mejor política para proteger a la población e incrementar la natalidad en la vieja Europa? Y así otras tantas cuestiones más que no cabrían en un solo artículo, y que nadie en su sano juicio apostaría ni un solo céntimo por algo tan serio sin estar seguro al 100%. Y es muy complicado responder a todo esto, seamos honestos.

El peso de la Historia se impondrá, como ya ocurrió con otras situaciones donde la dignidad de la vida humana se puso en tela de juicio. Y dentro de décadas, y puede que siglos, lo que hoy muchos piensan que es un avance, será considerado una auténtica tragedia. Porque no está en juego la libertad de la mujer, está en juego el valor de la vida, y de la vida humana en particular, en todas sus formas. Es innegable que el aborto menosprecia el valor de la vida. Y no hay peor avance y progreso que estar en contra del don que nos une a todos los seres humanos. Quizás los políticos franceses creen que han ganado en libertad, pero puede ser que hayan suspendido en verdad, en justicia y en dignidad.

 

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